LA
CUENTA-MILAGRO
Me he
llegado hoy al cajero,
he
metido la tarjeta
y por
poco me desmayo
cuando
he visto lo que queda
en la
cuenta, y no ha hecho el mes
más que
asomar la cabeza.
Me he
acercado al mostrador
a actualizar
la libreta
por ver
si, nunca se sabe,
había
habido en la cuenta
algún
movimiento extraño:
un
pago, una transferencia…
un
cargo de otro cliente,
algún
sablazo de hacienda…
Pero
nada, todo estaba
bien
anotado y en regla:
la
factura de la luz,
el
teléfono, las letras
del
coche que aún no he pagado,
la ITV,
la hipoteca,
compras
del súper, recibos,
tickets
de gasolinera…
Lo
mismo de cada mes
pero
con la diferencia
de que
cada mes es más
lo que
pago, y en inversa
proporción
estoy cobrando
y,
claro, el sueldo no llega.
Así
que, tras descartar
lo de
cortarme las venas,
me he
acercado al mostrador
y he
preguntado muy seria
si no
sería posible
apañarme
a mí una cuenta
como la
de Urdangarín,
el
de la hija de la reina,
de esas
que, de hoy a mañana
te
multiplican las perras
y, lo
que es más cojonudo,
tú ni
siquiera de enteras.
"Cuentas-milagro"
les dicen…
y no es
una cosa nueva
que en
tiempos del Urralburu,
cuando
estaba la peseta,
no sólo
multiplicaban
el
saldo de la libreta
sino
que lo transferían…
¡Y
cambiaban la moneda!
Que tú
metías aquí,
pongamos,
dos mil pesetas
y al
cabo de algunos días
y sin
que tú lo supieras
se te
habían transformado
en cien
mil coronas suecas.
Así
que, señor banquero,
déjese
usted de pamemas,
no me
regale sartenes,
ni
bolígrafos de pega:
quiero
una cuenta milagro
como el yerno de la reina,
y, si
no es posible, ruego
tenga
usted la deferencia
de
estafarme un poco menos
y no
robarme las perras.
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