EL
RELOJ DE MARILYN
Se
había plantado en los 45 sin perder la dignidad ni el tipo; esto es, las curvas
firmes y el semblante fresco. Que no es poco. Sin traumas, sin complejos. Sin
obsesionarse por el pasado o angustiarse por el futuro.
Pero el
amor llamó a su puerta y el equilibrio se le escapó por el desagüe: él era
guapo y estaba forrado. Un poco gilipollas, eso sí, pero a ciertas edades una
mujer ya sabe de sobra que lo del hombre perfecto es un cuento de viejas para
niñas. Y que ni las propias viejas se lo creen.
Perdió
la dignidad y el buen sentido y empezó, a su edad, a mirar hacia atrás y a
lamentar aquellos dos abortos a que se había sometido en sus años mozos, cuando
pensaba que los hijos no eran sino un enojoso estorbo del que no hay manera de
desembarazarse, y se dijo que aún estaba a tiempo. De modo que se pusieron los
dos a la faena, ella y el maromo. Pero el reloj de Marilyn no funcionaba ya
como hace tiempo y la cosa no fue cuestión, como pensaba ella, de dejar de
tomar la píldora y a continuación olvidarse de los támpax. Así que cogió a su
compañero, que se hallaba también bastante entusiasmado con el proyecto, y se
fueron a ver a un médico que, tras recomendarles, sobre todo a ella, que se lo
pensaran bien, les sugirió un tratamiento que daría resultados, con suerte, en
el plazo de un año.
Pero Marilyn no podía esperar tanto, de modo que ella y el maromo se largaron al extranjero donde, en el plazo de once meses y por obra y gracia de una costosísima inseminación artificial, la dama dio a luz a dos lindas niñas que resultaron ser dos terremotos que la volvían loca, absorbiendo toda su energía y de las que su padre pasaba descaradamente.
Y lo
peor no es eso: lo peor es que el tratamiento hormonal cambió el metabolismo de
Marilyn y en cuestión de cuatro días se puso como un botijo. Ya no podía
meterse en sus vestiditos entallados, los vaqueros le sentaban como un tiro y
poco a poco dejó de maquillarse, de peinarse y de utilizar tacones. Y la fatiga
se adueñó de su semblante. Y pasó lo inevitable: que el maromo se buscó otra
más joven, y más guapa, y le dejó, eso sí, la casa, el Audi, una pensión más
que decentita y dos demonios de tres años.
A su
edad…
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