A ESE
JESÚS DEL MADERO
Mi
infancia son recuerdos, no de un patio de Sevilla, sino de un rincón de la
calle Herrerías, un gélido y ventoso atardecer de primavera, Viernes por más señas, viendo
pasar hombres vestidos de negro, de morado, de marrón. Hombres tristes, descalzos sobre el hiriente
asfalto, anónimos penitentes cargados de cadenas. Hombres silenciosos y embozados, tétricos
fantasmas bajo sus cónicos capirotes, siniestros quasimodos con la mano bajo el
cuello, protegiendo sus identidades de los ojos de la multitud. Hombres que
daban miedo, que evocaban con sus atuendos a aquéllos otros hombres que
atacaban a los negros en las plantaciones del Massa Reynolds, armados con palos
y rifles, ocultos bajo blancos embozos marcados con el signo de la cruz.
Pobre
Jesús, me digo ahora, ya pasada la temerosa infancia; pobre Jesús siempre en la
cruz, siempre doliente, siempre ensangrentado. Pobre Jesús siempre tocado con
esa siniestra corona de espinas, siempre abocado a la esponja, sorbiendo el
vinagre. Siempre enfrentado al Sanedrín, siempre cuarenta veces flagelado.
Pobre
Jesús, millones de veces mil veces negado, siglos enfrentándose a la traición
de Judas, milenios sentándose a la mesa, cortando el pan y repartiendo el vino.
Pobre Jesús, un solo instante de dicha, entrando a lomos de un borrico en la
capital de esa Tierra Santa a la que tan poco acierto tuvieron al poner el
nombre. Pobre Jesús, aclamado en las calles por la misma muchedumbre que sólo tres días
más tarde pedía a gritos su crucifixión. Pobre Jesús, anacrónico profeta,
ingenuo anarquista, incauto filántropo. Pobre Jesús que murió, ya en aquél
tiempo, por decir verdades que abrían llagas en los muros del poder. Pobre
Jesús, convertido en reclamo turístico, en ídolo de multitudes, en moneda de cambio
de un rentable negocio que lleva más de veinte siglos subsistiendo a base de
vender esperanzas (máximos beneficios y mínima inversión). Pobre Jesús
crucificado, pobre Jesús escarnecido, pobre Jesús por siempre condenado, como
un mal estudiante, a repetir una y otra vez el mismo duelo. Pobre Jesús
convertido en rentable tradición, en vacaciones en la nieve, en escapadas al
Caribe.
Pobre
Jesús doliente y maltratado. ¡Cómo han jugado contigo! ¡Cómo te engañaron!
¡Cómo te dejaste utilizar! Convirtieron tu calvario en un vehículo para
culpabilizar beatas, para asustar campesinos, para adormecer conciencias.
Entendieron rápidamente que era mucho más didáctico, mucho más útil, mucho más
práctico, un Jesús agonizante, ensangrentado, patético, vencido y humillado que
aquél otro que hablaba a las multitudes de amor, de igualdad, de paz y de
esperanza.
Ese
Jesús humano, cercano y compasivo.
Aquél
que anduvo en la mar.
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