EL
RAPTO DE LA DAMA DE COMPAÑÍA
El
barullo de la fiesta los asustaba un poco; estaban en la edad en que el
jolgorio de los adultos no es sino un estruendo incomprensible, desordenado y
ensordecedor. Andaban cada uno por un lado, escurriéndose entre los resquicios
que dejaban las piernas de una multitud ya muy pasada de alcohol y calorías.
Era la hora del baile. Lejos quedaba ya el momento en que se habían visto por
primera vez, él portando un ridículo cojincito de raso del que habían resbalado
los anillos cuando tropezó, herido de muerte por un certero disparo de Cupido,
al verla entrar en la iglesia, linda como un ángel, asida a la exagerada y
blanquísima cola del vestido.
No la
había vuelto a ver en todo el día y ahora estaba allí, medio oculta entre la desbordante
humanidad de una cincuentona de unos ciento veinte kilos. Se miraron y él supo,
de inmediato, que ella sentía exactamente lo mismo.
Se
acercó a la niña, arrastrándola del brazo con suavidad pero con masculina
firmeza, y se escabulleron corriendo por entre los árboles del jardín.
El
destino, caprichoso y cómplice, había dejado un triciclo olvidado en la
espesura. Montaron en él a toda prisa mientras oían, tras ellos, los histéricos
gritos de adultos alarmados que habían reparado en su ausencia y los buscaban
por doquier, temerosos de que llegara la noche y fueran devorados por los
lobos.
Se
peinó el bosque y se registró la zona. Pero ni rastro de ellos. Hay quien dice
que los vio, como los niños de la película de ET el extraterrestre, surcando el
cielo a lomos de una bicicleta. Y que viajaron hasta un lejano planeta donde no
existen las leyes razonables, el colegio, los aparatos para los dientes, las
coles de bruselas, el invierno… en fin, todas esas cosas tan absurdas y tan
prescindibles.
………………………………………………
Y sí,
claro que lo sé. Sé que me diréis que eso no es posible.
Y no lo
es.
No en
la vida real. No para nosotros, los adultos.
Pero es
que esto es un cuento.
Y ellos
eran niños.
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