domingo, 12 de noviembre de 2023


 

MÚSICAS ESCONDIDAS

No hay nada que produzca a un tirano más satisfacción que acallar las voces discordantes sin necesidad de recurrir a la violencia. De puro hastío. Y digo que no hay nada más satisfactorio porque esto le hace sentirse refrendado por la ciudadanía pero no es así. Simplemente llega un momento en que la gente se cansa de empujar. Y se queda en su casa y se marchita delante de un libro. O de la tele, que es peor. Porque fuera no hay nada.

Para nosotros digo.

Para el turista sí: están Bardenas y la Catedral, y los palacios y este casco antiguo que se cae a pedazos pero que da como para marcar unos cuantos puntos en el callejero que les entregan en turismo. Y la comida, pardiez… la comida. Esas verduras y esos cocineros. Y esos bares de pinchos con la caña a dos pavos que en su mayoría sólo abren de jueves a domingo porque el resto de la semana Tudela es un desierto. Bares en los que sólo se puede beber y comer. Y gritar, claro, porque en la Ribera nos gusta gritar mucho. Pero cantar no. O sea hacer música. Cantar en plan exaltación de la amistad sí, pero eso es todo. El resto es pupa y caca. Y multa. Porque para programar música ya están ellos. Los divinos. Los que todo lo saben. Los que te organizan la fiesta de no sé qué y te montan chorrocientos conciertos a distintas horas y en distintos sitios. Y con mazo de vatios de sonido. Que claro, se gasta toda la intensidad sonora en cuatro eventos y ya no queda para los demás. Para el barcito digo. Ese que decide invitar a unos colegas, que si no es así no los va a conocer ni el Tato, y ponerlos a amenizar la tarde del sábado. Un rato, que tampoco es plan de estar hasta las tres de la mañana. Que para eso ya están los actos “oficiales”. De ocho a nueve por ejemplo. Y el bar hace caja y la gente se divierte y los chavales tocan. Y la banda se pone a prueba y así es como mejora. No metidos en el local de ensayo con un puñado de colegas, que les dicen que guay todo porque hay cerveza en el garito. Y porque a los amigos a veces hay que mentirles un poquito.

No hacían daño a nadie. Quiero decir juntándose en ese plan. Unos a tocar y otros a oírlos. Había quienes acudía solo y se encontraba con gente de su cuerda. Se socializaba, que es muy importante contra la depresión. Hasta había personal de fuera que se apuntaba y flipaba con lo que había aquí;

Talentazo del bueno. Y lo grababan y lo colgaban en redes y hablaban de ello cuando volvían a su casa. Porque eso también es patrimonio. Patrimonio vivo y en plena actividad.

La noche que Toquero ganó las elecciones lloré a lágrima viva. No porque fuera de derechas sino porque se le veía venir y sabía, sabíamos, que todo se acababa. No nos equivocamos. Una de las primeras medidas fue la de prohibir conciertos en locales. Luego siguieron el Covid, el golpe a la biblioteca y el silencio administrativo ante la demanda de permisos para actividades que no les apetecía que se hicieran. Y poco a poco la ciudad convirtiéndose en una más. En ese lugar en donde sólo se puede comer y asistir a visitas guiadas. En ese enorme baúl que esconde tanto genio. Y mientras otras localidades han renacido tras la crisis del coronavirus, y han vuelto a sus actividades habituales, Tudela se marchita. Ya nadie se atreve a desafiar las ordenanzas. Y es por eso que la visita a la exposición de Diego me dejó una sensación como de déjà vue, o sea de haber sido testigo de algo que ya sólo existe en mi imaginación.

“Músicas escondidas” …

¡Qué gran título!

#SafeCreative Mina Cb

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