viernes, 24 de noviembre de 2023


 

EL VENDEDOR DICHARACHERO

Entras a mirar. Estás de reformas en casa y se te ha ocurrido que igual es el momento de cambiar, qué sé yo… las cortinas, por poner un ejemplo. Que tienen más años que la tos y han sobrevivido a tres gatos y millones de meneos. Traspasas la puerta del negocio con aire distraído, mirando al infinito y evaluando a vuela pluma a tus necesidades. Casi te alegras de que el vendedor esté ocupado con otro cliente porque eso te da la ocasión de verlo venir. Y es que este es de los que rajan. Que a ver… una cosa es que un vendedor sea más seco que la mojama y otra muy distinta que pretenda que le cuentes tu vida con la excusa de comprar unas cortinas. Eso o contarte él la suya, que a veces es peor.

Pero a lo que iba. A mí ya me estaba escamando un poco lo que salía de su boca porque me daba que aquella tienda se me iba a ir del presupuesto. Pero claro, una vez que has entrado te tienes que quedar, de modo que cuando el otro cliente se marchó yo intenté ser lo más concreta posible, en plan decirle lo que quería y la idea que me rondaba por la cabeza. Y hacerle ver que las condiciones de mi vivienda eran las que eran y el proyecto no admitía variaciones. Y fue entonces, puede que ante el escaso abanico de posibilidades que mi demanda le ofrecía, cuando empezó a exponerme las diferentes características de las telas todo lujo de detalles. A estas alturas yo ya no sabía dónde meterme y lo único que quería era largarme de allí. Más que nada porque a las explicaciones profesionales empezó a sumar retazos de su vida privada y aquello pintaba cada vez peor. De modo que al final traté de desviar la conversación hacia el terreno deseado sin parecer ansiosa ni maleducada. El hombre se dirigió a una mesa y me dijo que tomara asiento. Justo en ese momento reparé en un objeto que llamó mi atención e hice un comentario sobre el mismo. Error, porque mis palabras dieron un pie a un nuevo discurso que ralentizó considerablemente el proceso de apertura del portátil que el vendedor había colocado sobre la mesa. Al final, y no sé todavía cómo, logré encauzar la situación y obtener mi presupuesto, que como había supuesto era astronómico aunque incluía, eso sí, el transporte y el montaje, circunstancia que hizo que de inmediato me imaginara al hombre metido en mi casa durante dos horas y sin parar de hablar, de modo que, para que no se me notara la angustia en la mirada, tomé la tarjeta que me tendía mientras me levantaba de la silla. Me acompañó hasta la puerta hablando de niños y colegios y en ello seguía cuando, ya en la calle, pude esbozar una tímida despedida para a continuación perderme, silenciosa y feliz, en la gélida noche noviembre.

#SafeCreative Mina Cb

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