REPLEGARSE
La vida tiene ciclos. Como el año. Como la luna. Como las mareas. Somos lunares hasta en el devenir de la existencia. Tenemos periodos de cuarto creciente en los que florecemos, primaverales y fructíferos, y alumbramos proyectos que luego no somos capaces de abarcar porque llega el plenilunio veraniego y su prodigalidad en luz y locas aventuras; y esa fobia al sofá y a los espacios cerrados que nos surge, como un sarpullido inquietante y picajoso que impide que nos estemos quietos un instante. Y bullimos y zumbamos, como abejas, de flor en flor y sin pensar en el invierno. Nos volvemos cigarras holgazanas que cantan y bailan sin mirar al futuro. Y vivimos del revés y sin dormir, forzando la máquina y confiando algunos en el paracetamol y los más en la divina providencia. Y no reconocemos ni de lejos al sombrío gajo de melón lunar que fuimos hace tan solo unas semanas. Pero la naturaleza es sabia, y antes de que el cuerpo nos reviente nos saltan las alarmas, y un amohinamiento algo molesto aunque bastante sano nos asalta, y mutamos a menguante otoño, hogareño y nostálgico, y sacamos el mando de la tele de debajo de la cama, o del sofá, o del lugar adonde hubiese sido desterrado. Y mientras las imágenes desfilan, aburridas, ante nuestros ojos somnolientos, nos asaltan los proyectos que concebimos allá en la remota primavera, y hacemos un esfuerzo sobrehumano para reptar del sofá a la mesa de trabajo y ponernos manos a la obra, retirados del mundo y ya en stand by definitivo, un poco hartos de tanto ruido y tanto desenfreno, ausentes pero vivos, negras hormigas diminutas que se ocultan, laboriosas, en la inmensidad del oscuro invierno para tejer sus sueños al frío amparo del cielo desnudo de discos luminosos.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de JMiguel Jiménez Arcos
La vida tiene ciclos. Como el año. Como la luna. Como las mareas. Somos lunares hasta en el devenir de la existencia. Tenemos periodos de cuarto creciente en los que florecemos, primaverales y fructíferos, y alumbramos proyectos que luego no somos capaces de abarcar porque llega el plenilunio veraniego y su prodigalidad en luz y locas aventuras; y esa fobia al sofá y a los espacios cerrados que nos surge, como un sarpullido inquietante y picajoso que impide que nos estemos quietos un instante. Y bullimos y zumbamos, como abejas, de flor en flor y sin pensar en el invierno. Nos volvemos cigarras holgazanas que cantan y bailan sin mirar al futuro. Y vivimos del revés y sin dormir, forzando la máquina y confiando algunos en el paracetamol y los más en la divina providencia. Y no reconocemos ni de lejos al sombrío gajo de melón lunar que fuimos hace tan solo unas semanas. Pero la naturaleza es sabia, y antes de que el cuerpo nos reviente nos saltan las alarmas, y un amohinamiento algo molesto aunque bastante sano nos asalta, y mutamos a menguante otoño, hogareño y nostálgico, y sacamos el mando de la tele de debajo de la cama, o del sofá, o del lugar adonde hubiese sido desterrado. Y mientras las imágenes desfilan, aburridas, ante nuestros ojos somnolientos, nos asaltan los proyectos que concebimos allá en la remota primavera, y hacemos un esfuerzo sobrehumano para reptar del sofá a la mesa de trabajo y ponernos manos a la obra, retirados del mundo y ya en stand by definitivo, un poco hartos de tanto ruido y tanto desenfreno, ausentes pero vivos, negras hormigas diminutas que se ocultan, laboriosas, en la inmensidad del oscuro invierno para tejer sus sueños al frío amparo del cielo desnudo de discos luminosos.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de JMiguel Jiménez Arcos
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