martes, 1 de agosto de 2017

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BREVE TRATADO ACERCA DE LOS BESOS

Creo que una de las cosas que perdemos al iniciar la vida adulta es la afición por los besos. No por los afectuosos, sino por los otros. Por los de verdad. Los besos labio a labio, diente a diente. Y es que parece que una vez que descubrimos otras zonas que besar y que morder se nos olvida la importancia de un beso bien dado. Sobre todo si llevamos en pareja mucho tiempo. Con la misma persona quiero decir. Y ya besamos de cualquier manera. Cuatro lametones y hala, al lío, rumbo al Sur que es donde está la miga.

Yo, no me ruboriza confesarlo, he llegado a extrañar esas sesiones de besos en los reservados de las discotecas, cuando nos pegábamos horas mirándonos y comiéndonos la boca. Y tocando lo que se podía. Que no era demasiado en esas circunstancias de padres severos que jamás nos hubiesen consentido usar la habitación para otra cosa que no fuera dormir. Y solos, desde luego.

Pues eso. Que echo de menos los besos dados con el alma, y no esos actuales, que parecen a veces una mera gestión protocolaria. Y es que en esto del beso hay mucho manazas. O bocazas más bien. Mucho áspid con la túrmix hiperrevolucionada que se cuela casi sin pedir permiso y sin el indispensable requisito de mirar a los ojos de antemano. Que los besos, al menos el primero, tienen que ir con rebote. Quiero decir que han de estar precedidos de un indicio, de un tímido esbozo que nos dé a entender que el otro está dispuesto. Porque hay veces que, por muchas señales que a uno le parezca ver, la otra boca no está por la labor. Y cuanto menos se meta la lengua menos se mete la gamba si hemos de ser claros. Y luego hay bocas que no están hechas la una para la otra. No se sabe por qué pero se siente. Son esos besos raros que no encajan por mucho que nos empeñemos. Que nos resultan ásperos, o muy acelerados, o demasiado torpes. Y luego ya está el tema de los hábitos adquiridos. Cuando cambias de boca tras haber bebido durante mucho tiempo de la misma. Y te cuesta hacerte a la nueva. Es un poco como estrenar zapatos. Aunque sean buenos y no rocen. Que lo notan los pies.

Hay, sin embargo, bocas que se ensamblan a la perfección desde el primer instante. Bocas que parecen llevar toda la vida buscándose. Y que se reconocen en el momento en que se encuentran. Y necesitan besarse de forma natural. Y son estos los besos más bonitos y perfectos, esos que hacen que el mundo se detenga y suenen violines a nuestro alrededor. Los que nos paralizan y tras los cuales podríamos morir plácidamente... aquellos que nos recuerdan a otros besos antiguos, tímidos besos inocentes y mullidos que dimos allá por la prehistoria de la vida, ese tiempo inconsciente en el que aún no habíamos hollado el húmedo terreno al que nos acaban conduciendo los besos con frecuencia.

#SafeCreative Mina Cb

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