sábado, 3 de enero de 2015



LA VECINITA DE ENFRENTE

Era rubita y menuda y se fijó en ella en cuanto se instaló. Ella, sin embargo, iba más a lo suyo. No era, digamos, tan vieja del visillo como él, que pasaba las horas muertas imaginando su vida, semioculto tras los cristales. Hasta que un día se decidió a abordarla e invitarla a tomar un café. Y mira por dónde, lo que son las cosas, ella le aceptó la invitación. Y desde aquel momento se hicieron inseparables. Tanto que él abandonó su piso para instalarse en el de ella ya que, aunque los dos eran propietarios, el apartamento de la chica tenía más armarios.
Él tenía las cervicales un tanto machacadas y ella le regaló un cojín anatómico para que lo utilizase cuando se tumbaba en el sofá. Y él es lo agradeció convirtiendo el almohadón en su objeto favorito.

Pero el amor se les debió de perder un día en los armarios, porque al cabo de unos meses ella le pidió que por favor recogiera sus pertenencias y se fuera. Sin una explicación. Se negó a tener ningún tipo de conversación con el muchacho y en la única ocasión en que se dignó a responder a uno de sus mensajes fue para decirle: “Te dejaste tu cojín de mierda en el sofá.” Él le contestó que pasaría a recogerlo y ella le dijo que ni se le ocurriera. Él le sugirió que se lo dejase en la cafetería del barrio que ambos frecuentaban y ella se negó de nuevo. Hasta que un día llamaron a la puerta. El empleado de una empresa de mensajería le entregó un enorme paquete a porte debido (veinte euros valía la bromita) en cuyo interior se hallaba el almohadón, envuelto entre virutas de poliespán, como si fuera un jarrón de porcelana china.
Giró la vista hacia el balcón. La vecinita había echado las persianas.

#SafeCreative Mina Cb

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