jueves, 30 de octubre de 2014



CITAS

Se conocieron en el colegio y ya en el instituto empezaron a salir juntos. Salir juntos quiere decir que fueron al cine y comieron palomitas abrazados o que se escaparon en el coche de un amigo un fin de semana a Salamanca después de soltarle a la familia una trola que seguramente nadie se creyó. Se les llenaron de amor el espíritu y el cuerpo y no pudieron esperarse más. Y se casaron jóvenes, e hicieron una fiesta a la que invitaron a todos sus amigos, que acabaron borrachos como cubas despidiéndolos en la estación con el “Adiós con el corazón” mientras un diluvio agosteño los calaba a todos como sopas.
A ella le gustaba ir al campo con su cámara y su cuaderno de notas, una especie de Félix Rodríguez de la Fuente con melenas, y más tarde, y si esto era posible, exponer sus trabajos en los centros culturales. Tan bien lo hacía que se acabó interesando por ella una revista de aventura y el director le hizo una interesante oferta de trabajo. Él estaba delante cuando llegó la carta (hace mucho tiempo de esto, ya os digo, y no había Internet) y le pidió que aceptara. A partir de entonces empezó un ir y venir de avienes y llamadas telefónicas y un verse a cuentagotas que acabó el día en que él le dijo que se había enamorado de otra. Y ella lo entendió.

Se encuentran cuando pueden, cada vez que ella, ahora una reportera de renombre, recala en la cuidad. Se dan cita en un café. Él llega puntual. Ella aparece más tarde, acelerada y sonriente, pide dos cervezas y descarga sobre la mesa el cuaderno de notas y la vieja Zenit que él hizo traer a un amigo desde Rusia para regalársela, hacía muchos, muchos años, y de la que ella jamás ha querido desprenderse. Y durante unas horas discuten acerca de lo divino y de lo humano hasta que el taxi llega a recogerla y los dos se funden en un abrazo intenso y franco. Un abrazo de hermanos. Un abrazo vacío de nostalgia o de tristeza.

#SafeCreative Mina Cb
Imagen de J Miguel Jimenez Arcos

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