REREGRESO AL FUFUTURO
¡Qué nervios! Estoy súper emocionada. Ya me veo mi barrio lleno de galanes y de chicas vestidas de heroína de cómic. Y de cámaras y de maquilladores y de scripts, que no sé lo que son pero mola el palabro. Y la silla del director en la convergencia de la Plaza Vieja y San Antón, con el realizador gritando “Acción” en inglés por el megáfono. Y el de la claqueta. Y el Delorean rodando a todo gas por los callejones adoquinados brrrmmmmmm... con un gitano al volante, que para manejarse a mil por hora por el casco viejo son los putos amos. Y la ambientación, con las casas que se caen a pedacitos cubiertas con murales de cartón piedra que simulen nigth clubs del 3012, y las calles llenas de gente con vestidos raros, y las cigüeñas ahí, de torre en torre, como un guiño nostálgico al pasado.
Y es que tiene que ser este año. Tiene que ser este año porque el veintiuno de octubre de dos mil quince ya pasó y entonces no lo hicieron. Y entonces era el momento de hacerlo. Por eso tiene que ser ahora. Porque es el año de Blade Runner, que no tiene nada que ver con Regreso al Futuro pero que también la cagó con la recreación del porvenir. Y la verdad es que la última versión del clásico de Scott es todo un trullo. Así que tiene que ser ahora: el deportivo zumbando sobre las piedras desde Pontarrón, asomando como una exhalación por la esquina de la estatua del rey Carlos nosqecuántos, y el Chema de la Osa colgando de la manecilla, y el cable hasta donde viven los Zuazu, y el rayo y la estela de fuego de las ruedas y toda la parafernalia esa que montaron con la excusa de un reloj que llevaba roto desde ni se sabe...
Como le pasa al de la Catedral.
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