jueves, 24 de enero de 2019




DEL PINCHO LEGENDARIO AL PINCHOPOTE

Tengo la edad suficiente como para haber conocido los tiempos del pincho legendario, o sea esos platillos que se mostraban sobre las barras sin vitrina de los bares y en los que descansaban algunas viandas simples que iban desde las rabanetas, las patatas asadas o las mini ensaladas de apio y olivas verdes hasta las socorridas gildas, pasando por todo tipo de encurtidos ensartados en un palillo plano y terminando con el clásico medio huevo duro coronado por una aceituna, a veces rodeada de su anchoa. Ah, y los boquerones en vinagre o estiracuellos, que se maceraban directamente en crudo, sin necesidad de congelarlos porque entonces aún no había llegado el anasakis. Y ya, si uno tenía algo más de gazuza, era casi obligatorio recurrir al pincho de tortilla. No había otra. Eso y las gabardinas y calamares, que eran más cosa de ración y de domingo. Y que se hacían con sifón para ahuecar la pasta. Eso y el tinto de Gonzalo. Ni viuras ni garnachas ni ná de ná. Cero imaginación.

Hasta que el José Luis abrió en el Muro su garito y el panorama se animó. Y es que su barra, surtida de todo tipo de pinchos fríos y calientes protegidos por una vitrina siempre insuficiente, se convirtió en el paraíso del morrudo (gourmet se dice ahora). Y a partir de entonces, la hora del vermut ya no fue lo mismo. De hecho, y al menos para mi gusto, esa fue la mejor época del pincho; porque a partir de entonces y con el tema de la nouvelle cuisine y los programas de la tele la cosa se nos empezó a ir de las manos y el terreno de la pequeña gastronomía se fue convirtiendo en un rosario de variopintas delicatessen que, casi de manera invariable, van regadas por un chorrotón de vinagre de Módena. condimento que odio casi tanto como la antaño omnipresente mayonesa, pero que es más difícil que la misma de retirar del alimento.

Ahora ya nadie tiene rabanetas. Ni pedazos de apio. Ni medios huevos boca abajo con la aceituna encima. Solo quedan las gildas, pero reinventadas, que te las sirven ensartadas en un palillo tan largo que luego te puedes hacer con él un moño japonés. Pero esto mola, todo hay que decirlo. Y más desde que se ha inventado el pinchopote, vas a comparar. Esto es calidad y no lo de antes... si hasta existe una opción vegano-vegetariana en el bar de la Guarra... aunque claro, tengo que confesar que algunas veces, cuando me junto con mi cuadrilla de toda la vida, nos gusta recordar aquellos tiempos en que los sábados a la tarde recorríamos de abajo a arriba el tubo alternando en bares que olían a vinagre, fumando, riendo y contemplando los minúsculos bodegones vegetales que menudeaban por las barras para, a última hora, lanzarnos sobre el pincho de tortilla, los bocatas del Escudo o a las suculentas bravas que preparaban en el Txamboli.

Tempus fugit...

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

La autora de este texto quiere dejar constancia de no haber recibido ningún tipo de compensación por parte de los locales mencionados. Que estamos aquí por afición y no por el parné.😁

No hay comentarios:

Publicar un comentario