lunes, 11 de junio de 2018

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 LA MÁQUINA DE LEER EL PENSAMIENTO

Ya está aquí. Me lo llevo temiendo varios años, desde que empezaron a construir esos engendros diminutos e inteligentes que todos llevamos en el bolsillo y a los que los gurúes del planeta han disfrazado con el nombre de teléfonos.

Y es que existe una diadema que se conecta a no sé qué tipo de móvil pero que en realidad es una máquina de fotos un tanto particular. El aparato detecta un cambio en las ondas cerebrales y transmite al dispositivo móvil la orden de tomar la foto. Así sin más. Con un par. Por su cuenta y riesgo. Sin preguntarte nada y sin pararse a pensar. En fin, que tu vas un suponer a Donosti un día de verano y cada vez que le echas el ojo a un surfero te lo retrata. Lo que ya no sé es si la máquina afina lo suficiente como para saber a qué parte del individuo estabas mirando. Porque lo mismo te han gustado sus ojos y el teléfono le toma una instantánea del paquete. O a la inversa.

Pero no es eso lo que me preocupa. Lo de las fotos quiero decir. No, porque tú te conectas el ingenio y oye, a tu bola, escuchando música con los cascos y haciendo retratos con el cerebro. Y sin meterte con nadie.
A mí lo que me preocupa de todo esto es que lo mismo que el chisme ese lee tus impulsos cerebrales y decide que ese pedazo de catedral que tienes delante se merece ser inmortalizada, quién sabe si no existe también una diadema de esas capaz de detectar los pensamientos. Y a ver qué hacemos entonces. Claro que eso no entraña una enorme gravedad siempre que tú te la pongas a ti mismo. Pero también es una tontería leerse el propio pensamiento. Tiene más encanto ver el de los demás. Y así, tú te haces con uno de esos inventos y cuando tu chico venga a casa a las tantas y te diga que vuelve del trabajo, esperas a que se duerma, le pones la diadema y descubres que el único pensamiento que ocupa su cerebro es el lunar que una de tus mejores amigas tiene justo al lado del chichi. Y ya no tienes ni que preguntarle ni que montarle la bronca. A la mañana siguiente en cuanto se va a currar metes sus trastos en una caja, llamas al cerrajero y lo dejas en la puta calle. Sin acritud.

Pero ni siquiera eso es lo peor. Lo peor, y me temo que ya esté inventado pero nadie nos haya dicho nada, es que se llegue a programar una aplicación como la de los códigos Qr, esos que se utilizan en los conciertos, por ejemplo, y que los taquilleros leen mediante un escáner. Pues bien, mi pesadilla es que un día sea posible leer los pensamientos con un móvil de la misma forma que ahora los aparatitos de las taquillas leen esos códigos de barras, esto es, que para saber lo que piensa el otro no tengas que hacer más que ponerle el teléfono delante. Y decirle que es para una foto.
Y así el muy gilipollas no sólo se queda quieto sino que aún encima te sonríe.

Tiempo al tiempo.

#SafeCreative Mina Cb

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