jueves, 22 de marzo de 2018

 


 CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO

Conocí una vez a una francesa que me confesaba, un tanto avergonzada, que en el país vecino la gente se manifiesta por cualquier cosa. Hacía referencia al cambio de las placas de matrícula, que hizo que las calles de Marsella se llenasen de gentes descontentas con el diseño de las chapas. Eran los tiempos del 15 M y yo estaba un tanto venida arriba. Pero no lo suficiente como para dejar de decirle a madame que lo de España había sido un tanto inexplicable. Porque en este país lo más normal es que, caiga lo que caiga, no se movilice ni Dios.

Y hablando de Dios: tuve durante esa época ocasión de convivir con la comunidad protestante de la comarca marsellesa; gentes cultas e inquietas que no se preocupan en absoluto de si sus pastores y pastoras (y esto no es un giro bisexista de esos que tanto les gustan a los políticos) están casados, tienen hijos o le dan al sado. Es más, en el transcurso de un a fiesta pude asistir a un oficio en que una de las niñas del predicador se acercaba hasta el lugar en donde él pronunciaba su discurso y le tiraba de la chaqueta. Cosa que en España es impensable. Lo mismo que que los peques que están de catequesis correteen por el interior de un templo como les ví hacerlo por entre las columnas de la imponente catedral de Marsella.

Pero a lo que iba. En el transcurso de la jornada, el oficiante de la ceremonia quiso conocerme. Me dijeron que quería hablarme y me hicieron una recomendación: la de no mentir. Me acerqué hasta él, que estaba sentado sobre el césped, y a su pregunta acerca de mis creencias religiosas le respondí que no las tengo. Me preguntó por qué y le contesté que yo había llegado al ateísmo del mismo modo que él al ejercicio de la teología; esto es, a través de la reflexión. Y ahí se acabó la historia. No se escandalizó ni quiso convencerme ni amonestó a mi pareja de entonces (un pastor de la iglesia protestante), ni nadie me abroncó o me retiró el saludo.

Como debe ser.

La última vez que me dejé caer por esas latitudes los currantes de dos cadenas comerciales (Leroy Merlin una y la otra creo que Ikea ) estaban montando la del pulpo en París con el tema de las aperturas en festivos y esa famosa teoría con que los insolidarios se lavan la conciencia de “no os quejéis que seguro que genera puestos de trabajo”. Reclamaban la regulación de las mismas y se quejaban de la precariedad. Y lo hacían como se debe hacer; echándose a la calle y colapsando el centro de la capital. Que los ciudadanos no tienen la culpa, por supuesto, pero cuando el empresario aprieta y se niega a negociar y el gobierno mira hacia otro lado pues algo habrá que hacer. Vamos, digo yo.

Saqué de aquellos años una conclusión. Y es el daño que el catolicismo le ha hecho a España. No la religión en sí, sino su empleo al servicio del poder. Me di cuenta de que iglesia y evolución no pueden ir unidas. De que las creencias lastran los avances, y de que solo desde la libertad se puede llegar a la igualdad y la justicia. Y de que si en España e Italia estamos como estamos igual la religión tiene que ver. Con eso y con nuestra manía de quejarnos y de criticar sin hacer nada. Los cánticos protestantes proceden de marchas revolucionarias; son ritmos alegres y dinámicos que la gente corea con ganas, mientras que nuestras canciones de misa son letanías tristes en las que se habla de muerte, de luto y de pecado. Pecado. Siempre pecado. Todo es malo y todos somos malos. Ya nacemos malos, sin opción. Y así mal va la cosa. Poca esperanza queda.

Los protestantes con quienes conviví (como lo hacen el resto de los integrantes de cada religión, puesto que en el país vecino el gobierno no financia a las iglesias) mantienen económicamente sus parroquias. Los pastores que las gestionan tienen sus trabajos. Las gentes que integran la comunidad se casan o no; y se divorcian y son homosexuales y tienen parejas a las que pasan una porrada de años. Y cuentan chistes verdes y se ponen de Ricard hasta las cejas.

Hace una semana publiqué dos textos: uno hablaba de la muerte del niño de Almería y otro de las movilizaciones de los jubilados en defensa de sus pensiones. También compartí un vídeo sobre pederastia. Rien de rien. Algún comentario, alguna difusión pero nada reseñable. Pero anteayer toqué la religión y ardió Troya. Cuatro seguidores menos y una larga cadena de comentarios en los que la gente no se insulta pero casi. Y todo por mentar ese lucrativo negocio del que la iglesia católica lleva viviendo más de viente siglos a costa de vender algo que quizás ni exista. Un negocio que ha costado sangre y represión. Y que no nos ha llevado a parte alguna. Una imposición que trata de hacernos creer que el hombre en sí no tiene gran valía, y que solo es Dios quien da sentido a la vida y a las cosas. Un lastre que entorpece la libertad de pensamiento y a través del cual, e independientemente del dios que las gobierne, las diferentes religiones han sometido, en muchas ocasiones por la fuerza, a una buena parte de los pueblos del planeta.

Así que yo me aparto. Dimito. Me hago a un lado. Paso de definirme y ahí os dejo, queridísimos míos, con vuestras ancestrales tradiciones y mirando el mundo a través de los diminutos agujeritos del capirote de vuestro disfraz de nazareno.

Feliz Semana Santa.


#‎SafeCreative‬ Mina Cb

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