PAISAJES
Existen lugres para los que estamos hechos pero no lo sabemos hasta el momento en que los pisamos por primera vez.
A mí me pasa, en general, con los paisajes áridos y luminosos. Será quizá esa calma que tanto necesito, o la pereza que allí se apodera de mi espíritu hiperactivo y tocahuevos. El caso es ese: que mientras no los conoces vives tal cual, sin problemas, pero una vez que sabes que existen ya no puedes evitar echarlos de menos, como los marinos a las tormentas en el mar o los montañeros a los ochomiles.
Se respira en estos ambientes una tranquilidad que no existe en otros lugares. Ya sé que hay muchos desiertos en el mundo. Y que seguro que los hay mejores. Lo mismo que las playas. Pero la particularidad es que aquí todo es lo mismo: que la arena del mar se extiende y se desborda, creando dunas inquietantes y montañas por las que una se desliza libre y descalza, los pies desnudos, levantando brillantes nubes de polvo en el descenso. Porque aquí la arena centellea: destellos amarillos, marrones y negros; restos de los minerales que dieron de comer a estas gentes durante siglos mediante las numerosas explotaciones mineras que salpicaban el paisaje. Hasta oro y plata salieron de estas piedras. Aquí todo es física. Y química. Todo erosión y restos del pasado. Todo evolución y mezcolanza. Incluso las pitas, esas curiosas platas larguiruchas que a mí me recuerdan a los candelabros judíos y que llegaron de América y se adaptaron bien al territorio, convirtiéndose en un elemento particular de la fisonomía del lugar: una particular especie, mitad árbol, mitad planta, que tiene una vida breve y que marca su ocaso inclinando el tallo hacia la tierra, lugar en el cual descansa y se descompone después de haberse desprendido de la raíz. Tempus fugit, parece advertir desde las alturas cuando se halla en plena madurez, verde y lozana, rodeada de vecinas decadentes que van dibujando en el paisaje una hilera de postes ladeados que a veces forman caminos por los que han marchado, pistola al cinto, vaqueros legendarios de película e incluso héroes de leyenda como Indiana Jones. El mismísimo John Lennon estuvo por aquí. Y dicen que quedó prendado del encanto de este lugar tan poco lisérgico en donde todavía existen calas escondidas que pocos conocen, y a las que se accede tras largos paseos a pie, atravesando senderos polvorientos y rocosos bordeados de cactus y palmeras, largas travesías a pleno sol cuya recompensa es un mar transparente y calmo, como un espejo, en donde el tiempo sigue pasando muy despacio, y en donde uno puede dejarse caer sobre la tibia arena y dormitar, en paz, acunado por el acompasado rumor de las olas y bañado por esta insultante luz mediterránea..
Que me busquen aquí si algún día me pierdo.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen: Playa de Genoveses
Parque natural Níjar-Cabo de Gata
Existen lugres para los que estamos hechos pero no lo sabemos hasta el momento en que los pisamos por primera vez.
A mí me pasa, en general, con los paisajes áridos y luminosos. Será quizá esa calma que tanto necesito, o la pereza que allí se apodera de mi espíritu hiperactivo y tocahuevos. El caso es ese: que mientras no los conoces vives tal cual, sin problemas, pero una vez que sabes que existen ya no puedes evitar echarlos de menos, como los marinos a las tormentas en el mar o los montañeros a los ochomiles.
Se respira en estos ambientes una tranquilidad que no existe en otros lugares. Ya sé que hay muchos desiertos en el mundo. Y que seguro que los hay mejores. Lo mismo que las playas. Pero la particularidad es que aquí todo es lo mismo: que la arena del mar se extiende y se desborda, creando dunas inquietantes y montañas por las que una se desliza libre y descalza, los pies desnudos, levantando brillantes nubes de polvo en el descenso. Porque aquí la arena centellea: destellos amarillos, marrones y negros; restos de los minerales que dieron de comer a estas gentes durante siglos mediante las numerosas explotaciones mineras que salpicaban el paisaje. Hasta oro y plata salieron de estas piedras. Aquí todo es física. Y química. Todo erosión y restos del pasado. Todo evolución y mezcolanza. Incluso las pitas, esas curiosas platas larguiruchas que a mí me recuerdan a los candelabros judíos y que llegaron de América y se adaptaron bien al territorio, convirtiéndose en un elemento particular de la fisonomía del lugar: una particular especie, mitad árbol, mitad planta, que tiene una vida breve y que marca su ocaso inclinando el tallo hacia la tierra, lugar en el cual descansa y se descompone después de haberse desprendido de la raíz. Tempus fugit, parece advertir desde las alturas cuando se halla en plena madurez, verde y lozana, rodeada de vecinas decadentes que van dibujando en el paisaje una hilera de postes ladeados que a veces forman caminos por los que han marchado, pistola al cinto, vaqueros legendarios de película e incluso héroes de leyenda como Indiana Jones. El mismísimo John Lennon estuvo por aquí. Y dicen que quedó prendado del encanto de este lugar tan poco lisérgico en donde todavía existen calas escondidas que pocos conocen, y a las que se accede tras largos paseos a pie, atravesando senderos polvorientos y rocosos bordeados de cactus y palmeras, largas travesías a pleno sol cuya recompensa es un mar transparente y calmo, como un espejo, en donde el tiempo sigue pasando muy despacio, y en donde uno puede dejarse caer sobre la tibia arena y dormitar, en paz, acunado por el acompasado rumor de las olas y bañado por esta insultante luz mediterránea..
Que me busquen aquí si algún día me pierdo.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen: Playa de Genoveses
Parque natural Níjar-Cabo de Gata
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