EL BOTÓN DE DAR ÓRDENES
No todo el mundo lo tiene. Bueno, a lo mejor sí pero no a todos nos funciona de la misma manera. Y claro, no todos tenemos las mismas posibilidades de utilizarlo. El problema real no es el dispositivo en sí. Ni su funcionalidad. El problema es que no se conoce su ubicación. Y por tanto es imposible desactivarlo o bien repararlo cuando funciona incorrectamente. Y estaría muy bien que alguna de esas universidades que se dedican a hacer estudios chorras tales como por qué las vacas mugen sólo en un idioma o por qué el sobrino bastardo de Ramsés II era tartamudo se empleasen en localizar el emplazamiento del dichoso botoncito.
Sí, porque en según que casos es un auténtico coñazo. En el de las madres por ejemplo: que desde que no levantas dos palmos del suelo ya empiezan con el rosario de mandatos: estudia-ordenatucuarto-nov uelvastarde-apagaelordenad or-notecomaslosmocos… pero todo a la vez… que ni aunque tuvieses cien manos podrías dar abasto. Ahora que a mí la orden materna que más me gusta es esa de “obedece a tu madre”, que te entran ganas de contestarle: “vale… ¿pero en qué orden?”.
Dí que lo de la madre se pasa con el tiempo. O bien uno se va de casa o bien más tarde o más temprano acaba activando una especie de sistema de bloqueo que hace que cada vez que ella se pone a dar órdenes a nosotros se nos medio taponen los oídos y toda la letanía se filtre hacia nuestro cerebro como un gris ronroneo; como el rumor de las hojas de los árboles azotadas por la suave brisa.
Y como hablo de las madres hablo de las esposas, que hay algunas que llevan a sus pobres maridos al retortero. Hombres ya hay menos. De los del botón estropeado digo. Al menos en el ámbito familiar. A lo mejor es por eso, porque en casa apenas mandan, por lo que algunos son tan mandones en el trabajo, y entran ya al punto de la mañana, agobiados perdidos, como si el mundo estuviera a punto de acabarse y ellos tuvieran que elegir entre cortar el cable azul o el rojo de la bomba… Y claro, ya se obcecan y van por ahí dictando directrices, una detrás de otra, amontonadas como la arena de las dunas del desierto. Y te mandan una cosa sin dejarte terminar otra. Y luego te preguntan que por qué lo primero está sin acabar. Y dan la misma orden a varios miembros del equipo. Es más: incluso a veces dan órdenes contradictorias a distintas personas y luego se montan unos pollos que hay que fastidiarse. Y al final nadie sabe qué hacer, ni cómo ni dónde. Y de repente ves a un compañero mirando al jefe detrás de la nuca, como si fuera un vampiro dispuesto a dejarlo sin leucocitos. O como si estuviese pensando en cogerlo por el cuello. Pero no.
En realidad está buscando el botón. Para desactivarlo un rato y que así la plantilla tenga tiempo de acabar con todos los tajos que han quedado a medio hacer y luego ya volverlo a conectar y que el hombre siga desde donde terminó.
Y es que esta gente tiene mucho peligro. Yo creo que lo de Trafalgar vino por ahí. Y más teniendo en cuenta que la operación la lideraban dos personas: un español y un francés. Que ya mal empezamos. Y es que a ver qué se nos había perdido a nosotros allí, de comparsa de las tropas de Napoleón, que aquello no podía acabar bien. Que a poco que hiciera Nelson la victoria era suya. Dos jefes en vez de uno con el botón estropeado, repartiendo órdenes en dos idiomas, a lo loco, venga… primero a babor y luego a estribor (a baber y a estriber para los gabachos), apuntando las bocas de los cañones hacia adentro y haciendo agujeros en cubierta y rasgando velas a todo trapo… hasta que claro, el español se agobió, se le desencajó el botón del todo, miró a su alrededor y al ver tanta gente a la que dar órdenes y tanto humo y tanta sangre y tanto inglés y tanto ruso y tanto francés y tanta vela ardiendo se vino arriba y soltó eso de: “Atomarporsaco, aquí al que no hable cristiano, ración de sable. Que más se perdió en Cuba.”
……………. O igual no fue así.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen: "Trafalgar"- Auguste Mayer
No todo el mundo lo tiene. Bueno, a lo mejor sí pero no a todos nos funciona de la misma manera. Y claro, no todos tenemos las mismas posibilidades de utilizarlo. El problema real no es el dispositivo en sí. Ni su funcionalidad. El problema es que no se conoce su ubicación. Y por tanto es imposible desactivarlo o bien repararlo cuando funciona incorrectamente. Y estaría muy bien que alguna de esas universidades que se dedican a hacer estudios chorras tales como por qué las vacas mugen sólo en un idioma o por qué el sobrino bastardo de Ramsés II era tartamudo se empleasen en localizar el emplazamiento del dichoso botoncito.
Sí, porque en según que casos es un auténtico coñazo. En el de las madres por ejemplo: que desde que no levantas dos palmos del suelo ya empiezan con el rosario de mandatos: estudia-ordenatucuarto-nov
Dí que lo de la madre se pasa con el tiempo. O bien uno se va de casa o bien más tarde o más temprano acaba activando una especie de sistema de bloqueo que hace que cada vez que ella se pone a dar órdenes a nosotros se nos medio taponen los oídos y toda la letanía se filtre hacia nuestro cerebro como un gris ronroneo; como el rumor de las hojas de los árboles azotadas por la suave brisa.
Y como hablo de las madres hablo de las esposas, que hay algunas que llevan a sus pobres maridos al retortero. Hombres ya hay menos. De los del botón estropeado digo. Al menos en el ámbito familiar. A lo mejor es por eso, porque en casa apenas mandan, por lo que algunos son tan mandones en el trabajo, y entran ya al punto de la mañana, agobiados perdidos, como si el mundo estuviera a punto de acabarse y ellos tuvieran que elegir entre cortar el cable azul o el rojo de la bomba… Y claro, ya se obcecan y van por ahí dictando directrices, una detrás de otra, amontonadas como la arena de las dunas del desierto. Y te mandan una cosa sin dejarte terminar otra. Y luego te preguntan que por qué lo primero está sin acabar. Y dan la misma orden a varios miembros del equipo. Es más: incluso a veces dan órdenes contradictorias a distintas personas y luego se montan unos pollos que hay que fastidiarse. Y al final nadie sabe qué hacer, ni cómo ni dónde. Y de repente ves a un compañero mirando al jefe detrás de la nuca, como si fuera un vampiro dispuesto a dejarlo sin leucocitos. O como si estuviese pensando en cogerlo por el cuello. Pero no.
En realidad está buscando el botón. Para desactivarlo un rato y que así la plantilla tenga tiempo de acabar con todos los tajos que han quedado a medio hacer y luego ya volverlo a conectar y que el hombre siga desde donde terminó.
Y es que esta gente tiene mucho peligro. Yo creo que lo de Trafalgar vino por ahí. Y más teniendo en cuenta que la operación la lideraban dos personas: un español y un francés. Que ya mal empezamos. Y es que a ver qué se nos había perdido a nosotros allí, de comparsa de las tropas de Napoleón, que aquello no podía acabar bien. Que a poco que hiciera Nelson la victoria era suya. Dos jefes en vez de uno con el botón estropeado, repartiendo órdenes en dos idiomas, a lo loco, venga… primero a babor y luego a estribor (a baber y a estriber para los gabachos), apuntando las bocas de los cañones hacia adentro y haciendo agujeros en cubierta y rasgando velas a todo trapo… hasta que claro, el español se agobió, se le desencajó el botón del todo, miró a su alrededor y al ver tanta gente a la que dar órdenes y tanto humo y tanta sangre y tanto inglés y tanto ruso y tanto francés y tanta vela ardiendo se vino arriba y soltó eso de: “Atomarporsaco, aquí al que no hable cristiano, ración de sable. Que más se perdió en Cuba.”
……………. O igual no fue así.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen: "Trafalgar"- Auguste Mayer
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