IDEAS
La
perseguían las ideas… desde niña… constantemente y de la misma forma que a
otras amiguitas las perseguían los cromos de las colecciones de los chicles
Nina, o la obsesión por los príncipes azules, o la manía de comerse las
hormigas en el patio…
Así que
la pobre vivía arrinconada, inmersa en su mundo de fábula, colgada siempre de
las nubes, eterna inquilina de la luna de Valencia… Sus profesoras no sabían ya
qué hacer con ella, tal era la gravedad de su ensimismamiento; y en cuanto a su
madre, la pobre mujer la había dado ya por imposible confiando en que, como le
decía el pediatra acerca de esa erupción cutánea que la asaltaba cada
primavera, esa particular melancolía que la caracterizaba desaparecería al
hacer el cambio: al pasar, como cantaba Julio Iglesias, de niña a mujer.
Pero
fue peor el remedio que la enfermedad, porque al llegar la adolescencia sus
fantasías evolucionaron y pasó de querer ser Margarita Gautier a convertirse en
una mezcla de Frida Kahlo y Dolores Ibárruri. Y la expulsaron mil veces de
clase. Y la llevaron al despacho del jefe de estudios, que era un hueso con
fama de cabrón impresentable que la puso a caer de un burro durante cerca de un
par de horas mientras ella se aguantaba la risa como podía, porque mientras él
le decía de todo, intentando acochinarla, ella echaba mano de su poderosa
inventiva para imaginarse al tipo aquél sentado en el retrete, aquejado de una
crisis de gastroenteritis y descubriendo con horror que se acababa de terminar
el papel higiénico. Al psicólogo le costó aguantar el tipo mientras la chica lo
contaba, encerrada en el despacho y en presencia de sus padres, exponiendo sus
argumentos como si aquellas reflexiones fueran lo más normal del mundo, cuando
su madre, quizá consciente al fin de que lo de su niña no tenía cura conocida,
se dejó caer sobre el sofá, la cabeza entre las manos, derrotada y musitando
entre sollozos… “Le juro, señor, que no sé de dónde saca esas ideas…”
Fue
entonces cuando la muchacha se le acercó, se arrodilló hasta colocar su cara
frente a la de ella y le dijo, serena y dulcemente:
“De la
cabeza, mamá… De la cabeza”
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