RUBÉN
Hay personas que forman parte de nuestra vida aunque nunca nos las hayan presentado.
Rubén, sin duda, era una de ellas.
Lo vi por primera vez en una de esas locas fiestas del Parrys. Claro que entonces yo por lo menos no tenía la conciencia de asistir a fiestas, ya que de eso te das cuenta cuando lo dejas de hacer.
Rubén, lo recuerdo perfectamente, estaba tras la barra, bailoteando, y llevaba en la cabeza, creo, una especie de peluca hecha con tiras de papel de periódico. Y es que Rubén era un poco como la bruja Truca, de los Electroduendes, que lo suyo era el cine. El cine y el espectáculo. Y hacerse notar allá donde estuviera. A lo mejor es por eso que, pese a que Pablo fue siempre mi chico favorito, yo sentía hacia Rubén esa inclinación platónica que profesamos las heterosexuales hacia aquellos tipos que sabemos que nunca podremos poseer.
A mí Rubén me recordaba también mucho a Nacho Cano, con esa melena rizada tan sedosa, siempre a la última y tan bien vestido. Y tan guapo. Porque Rubén era guapo de romper espejos. Tanto que, ya maduro, canoso y sin melena, seguía siendo el hombre que Almodóvar se llevaría a sus películas para seducir efebos, desviándolos del recto sendero de la virtud cristiana.
Rubén vivía en lo viejo, como yo. Y solía andar por el Isidro, en el rincón donde la barra se convierte en L, de charla con camareros y clientes. Alguna vez coincidimos en la conversación, pero he de confesar que yo nunca hablé con él a solas. Y eso que Rubén era uno de mis personajes ochenteros favoritos. Y me hubiera gustado ir a su peluquería, y compartir juergas nocturnas y esas cosas, pero el cierre del Parrys separó nuestros caminos y sólo hace algún tiempo, a la salida de una reunión de vecinos, charlé un rato con él del tema de la peatonalización. Y se me quedaron en el tintero mil preguntas que no le hice acerca de esa vida que llevó en su juventud. Preguntas que me callé por timidez y por respeto. Porque a mí siempre me pareció alguien divino, como de peli de Almodóvar, que sé que ya lo he dicho antes. Y por eso cuando una tarde supe, a través de Facebook, que había muerto, me eché a llorar como una boba mientras mi dedo índice, apoyado en el ratón, rebuscaba por las redes esa foto que hace muchos años le hizo Mario Gómez donde aparecía, vivísimo, semidesnudo y bello, como un dios del Olimpo, esparciendo por el aire brillantes gotas de agua a través de sus húmedos cabellos.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen: Rubén Irala, por Mario Gómez Vidal.
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