IDENTIDAD
Me miraba al espejo y el reflejo no correspondía a mi interior. Quiero decir que no era lo que yo creía ser. Lo comentaba en casa y mis padres me miraban raro y pensaban que se me pasaría con la edad. Hablaron con el psicólogo del cole y éste les dijo que existían niños que no acababan de encontrar su identidad sexual y que tal vez ése era mi caso. Porque a mí, le habían dicho mis padres al psicólogo, lo que me gustaba era jugar con Arantxa, mi hermana, y ponerme sus vestidos y pedirle que me llamara Aitana.
“Pues no me faltaba a mí más que un hijo maricón”- aulló mi padre. Y salieron del despacho del psicólogo sin querer oír una palabra más. Y a partir de entonces, hube de sumar a mi desorientación la absoluta incomprensión de mis progenitores, que no estaban dispuestos a tolerar que su hijo permitiera seguir creciendo a la mujer que lo habitaba. Tan sólo Arantxa me entendía y enjugaba mis lágrimas cuando los gritos eran tan fuertes que pensaba que mi cabeza no lo iba a soportar. Fue ella quien me animó, primero a que me fuera de esa casa y más tarde a que dejase de esconder mi condición. E incluso a que me pusiera en contacto con una asociación para valorar la conveniencia de una operación.
Salir del armario fue difícil. La mía es una ciudad pequeña y cruel a veces. Pero es mejor ser libre que vivir esclavo de una identidad equivocada, de modo que aprendí a convivir con el sambenito del “trans”, acabé mis estudios, encontré trabajo y hace unos meses me fui a vivir con Manu. Mis padres no lo entendieron pero la verdad es que ya me da lo mismo. Arantxa viene a comer casi todos los domingos y seguimos fantaseando con la idea de ir a Roma y meternos, ataviados con una toga y borrachos como cubas, en la Fontana de Trevi. Cuando hablamos de ello Manu nos mira, divertido, y a mí me invade una ternura inmensa y me entran ganas de confesarle lo que siento.
Aunque creo que ya lo sabe.
#SafeCreative Mina Cb
Me miraba al espejo y el reflejo no correspondía a mi interior. Quiero decir que no era lo que yo creía ser. Lo comentaba en casa y mis padres me miraban raro y pensaban que se me pasaría con la edad. Hablaron con el psicólogo del cole y éste les dijo que existían niños que no acababan de encontrar su identidad sexual y que tal vez ése era mi caso. Porque a mí, le habían dicho mis padres al psicólogo, lo que me gustaba era jugar con Arantxa, mi hermana, y ponerme sus vestidos y pedirle que me llamara Aitana.
“Pues no me faltaba a mí más que un hijo maricón”- aulló mi padre. Y salieron del despacho del psicólogo sin querer oír una palabra más. Y a partir de entonces, hube de sumar a mi desorientación la absoluta incomprensión de mis progenitores, que no estaban dispuestos a tolerar que su hijo permitiera seguir creciendo a la mujer que lo habitaba. Tan sólo Arantxa me entendía y enjugaba mis lágrimas cuando los gritos eran tan fuertes que pensaba que mi cabeza no lo iba a soportar. Fue ella quien me animó, primero a que me fuera de esa casa y más tarde a que dejase de esconder mi condición. E incluso a que me pusiera en contacto con una asociación para valorar la conveniencia de una operación.
Salir del armario fue difícil. La mía es una ciudad pequeña y cruel a veces. Pero es mejor ser libre que vivir esclavo de una identidad equivocada, de modo que aprendí a convivir con el sambenito del “trans”, acabé mis estudios, encontré trabajo y hace unos meses me fui a vivir con Manu. Mis padres no lo entendieron pero la verdad es que ya me da lo mismo. Arantxa viene a comer casi todos los domingos y seguimos fantaseando con la idea de ir a Roma y meternos, ataviados con una toga y borrachos como cubas, en la Fontana de Trevi. Cuando hablamos de ello Manu nos mira, divertido, y a mí me invade una ternura inmensa y me entran ganas de confesarle lo que siento.
Aunque creo que ya lo sabe.
#SafeCreative Mina Cb
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