EL POETA, SU MUJER Y SU AMIGO
La peor de las penurias es la de ser pobre y perdedor en tiempos de posguerra. Y si a ello sumamos el ser viuda de un preso político y madre de un niño pequeño el escenario es todavía más desolador.
Pero ella era valiente y orgullosa, que es la única riqueza que les queda a aquellos que lo han perdido todo, y estaba dispuesta a luchar para sacar adelante a su hijo incluso en un entorno donde todo le era adverso.
Un día la fortuna la vino a visitar. Y es que alguien poderoso estaba dispuesto a hacerse cargo de la educación de su hijo sin pedirle nada a cambio. Eso, en una época en que mujeres como ella eran objeto de toda clase de abusos y vejaciones, venía a ser como un milagro. Bueno, un milagro cuya única condición era la de entregar a las autoridades todos los escritos que conservase de su marido, el cual en vida había sido un poco poeta.
Habló la mujer con un amigo que le desaconsejó aceptar el trato, y cuando el benefactor se presentó en su casa a recoger el pago de futuros favores ella le dijo que no recordaba dónde había puesto los papeles y el ángel de la guarda se transformó al momento en una hidra de ocho cabezas que montó en cólera y le reprochó que estaba condenando el porvenir de su hijo.
Los papeles pasaron años envueltos en plásticos y ocultos bajo la tierra del jardín, sobreviviendo a tormentas e inspecciones. Tiempo después vieron la luz en forma de obra póstuma, de tesoro de valor incalculable, de palabra impresa. De poesía.
Ella se llamaba Josefina y él Miguel. Miguel Hernández. Y ese amigo que la alertó del riesgo de entregar sus manuscritos era el poeta Vicente Aleixandre.
Y esto, como podréis imaginaros, no es un cuento.
#SafeCreative Mina Cb
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