martes, 1 de diciembre de 2015



VOLVER A LOS DIECISIETE…

… después de vivir un siglo, que cantaba Violeta Parra. Que parece una tontería pero hay legión de seguidores de esta frase. Hace un rato, sin ir más lejos, discutía yo amigablemente con un cuarentón de barba cana, la mar de molón aunque un poco soso para mi gusto (de todo hay en la viña del señor), que andaba indignadísimo porque una chica le había llamado “señor”. Y yo me he quedado mirándole y le he dicho que a ver si prefería que le chiflasen como una cabra. Y que con su apariencia lo mejor es que se fuera acostumbrando, que si no mal lo veía. Y hemos empezado a hablar de eso de volver atrás, o sea a los años mozos, que es una conversación muy socorrida, como la del tiempo, y que a mí, la verdad, me divierte bastante porque, personalmente, no retrocedería ni una hora. Claro que cuando la discusión se anima es cuando apostillan eso del “sabiendo lo que sé”. Que a mí ya me parece el colmo de la imprudencia.
Sí; porque si ya de por sí es absurdo volver atrás y cometer de nuevo toooooodos los errores que uno ha cometido, aún es más patético retroceder con la experiencia de la madurez. Porque a ver, seamos sinceros: el encanto de la juventud reside en los porrazos que uno se va dando, en las experiencias fallidas que nos modelan como somos, en las irresponsabilidades que nos ofrecen vivencias irrepetibles y divertidísimas... Y sobre todo, en esa inocencia que nos hace ser tan receptivos y absorbentes. Vamos, que me imagino yo volviendo a los veinte con lo que sé y me huelo que me iba a aburrir como una ostra. Porque me lo vería venir todo. Y no me había de pasar nada interesante. Y además, tendría mentalidad de madre en vez de de colega. Y mis amigos me iban a odiar. Me evitarían y me harían el vacío. Saldrían de estampida de los bares en cuanto me metiese al baño. Y cuando me vieran llegar dirían eso de “vaya, ya está aquí la amargada esa que lo adivina todo, que no quiere conocer a según que tíos porque sabe por dónde le van a salir, que no come hamburguesas porque a partir de los cuarenta empieza a subir el colesterol, que no bebe alcohol porque es malísimo para el hígado, que se va a casa a las once porque al día siguiente tiene que hacer footing, que viaja con tres maletas llenas de ‘por si acasos’, que lleva en el bolso Almax en vez de condones y que no usa el watsapp para no sufrir de astigmatismo en el futuro”. En fin, una adolescente con mentalidad de madre. Que es la cosa más aburrida que puede existir... y que existe, que yo conozco alguna, vaya lástima de vida. Es más, incluso conozco adolescentes con mentalidad de madres que tienen madres con mentalidad de adolescentes. Que eso sí que es un follón.

Y otra historia, por cierto...

#SafeCreative Mina Cb

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