MADRUGADA
Se dejaba hacer, remolona y un tanto desconfiada, imaginándolo torpe y pensando en la mañana siguiente, tanteando las llaves en el bolso y planeando la huida. Fue primero la frente y luego las mejillas. Y más tarde el contorno del lóbulo, justo en la base, ronroneando lascivo. Sólo los labios. Nada más que eso. Una carrera perezosa y tibia que la hizo aflojar la presión sobre el llavero, que se perdió por fin entre la inmensidad de la cacharrería. Que no llegue a los hombros- se decía, mientras pensaba en la inminencia del amanecer y del despertador al tiempo que los dientes de él se convertían en pinzas indoloras que iban deslizándose hacia abajo hasta llegar al punto en donde el cuello se une con los hombros y descargar un sorprendente mordisco que le erizó el vello y le arrancó un gemido casi inaudible pero que fue suficiente para poner al hombre sobre aviso. Rápidamente la apretó contra el muro y la besó en la boca con fiereza, restregando su cabeza contra el granulado y casi ahogándola al tiempo que se introducía en ella de repente y con violencia, levantando el vestido con una de sus manos mientras que con la otra la sujetaba de las nalgas. Casi como en las películas. Fue tan repentino que estuvo a punto de gritar. El sexo de él la rasgó en dos y echó hacia atrás el cuello para zafarse de su boca y buscar oxígeno. Él le mordía los pezones por encima de la tela al tiempo que oscilaba sobre ella sin perder el equilibro, casi como un autómata acostumbrado a ese ejercicio. Ella perdió el control y el reloj, las llaves, la calle y el rugoso cemento se precipitaron por un vórtice que se hundía en la negrura para salir al instante despedido hacia lo alto en forma de espiral multicolor. Y su cerebro quedó hueco de ideas y fue invadido por una corriente vibrátil en la que las partículas giraban desordenadamente. Jamás el placer estuvo tan alejado de su sexo ni tan próximo a su ser. Era un éxtasis poderoso y absorbente, un goce que la abarcaba entera, no sólo en una parte de su cuerpo, y que amenazaba con hacerle reventar las sienes en cualquier momento. Justo cuando estaba a punto de llegar al límite, cuando pensaba que ya no podía aguantar más, él se detuvo en seco, dejando su sexo clavado al de ella, ella contrayendo los músculos en un abrazo constrictor que detuvo el tiempo y que casi la enloqueció. Apretó los dientes y él le mordió con fuerza la garganta mientras se ponía de nuevo en movimiento y ella lanzaba, esta vez sí, un potente alarido antes de dejarse caer sobre el pecho del desconocido, que jabeaba, desarmado y vacío, las palmas apoyadas sobre el muro.
Echó de nuevo la mano al bolso, rebuscando el manojo de llaves.
Tampoco se le había hecho tan tarde.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de Sara Saudkova
Se dejaba hacer, remolona y un tanto desconfiada, imaginándolo torpe y pensando en la mañana siguiente, tanteando las llaves en el bolso y planeando la huida. Fue primero la frente y luego las mejillas. Y más tarde el contorno del lóbulo, justo en la base, ronroneando lascivo. Sólo los labios. Nada más que eso. Una carrera perezosa y tibia que la hizo aflojar la presión sobre el llavero, que se perdió por fin entre la inmensidad de la cacharrería. Que no llegue a los hombros- se decía, mientras pensaba en la inminencia del amanecer y del despertador al tiempo que los dientes de él se convertían en pinzas indoloras que iban deslizándose hacia abajo hasta llegar al punto en donde el cuello se une con los hombros y descargar un sorprendente mordisco que le erizó el vello y le arrancó un gemido casi inaudible pero que fue suficiente para poner al hombre sobre aviso. Rápidamente la apretó contra el muro y la besó en la boca con fiereza, restregando su cabeza contra el granulado y casi ahogándola al tiempo que se introducía en ella de repente y con violencia, levantando el vestido con una de sus manos mientras que con la otra la sujetaba de las nalgas. Casi como en las películas. Fue tan repentino que estuvo a punto de gritar. El sexo de él la rasgó en dos y echó hacia atrás el cuello para zafarse de su boca y buscar oxígeno. Él le mordía los pezones por encima de la tela al tiempo que oscilaba sobre ella sin perder el equilibro, casi como un autómata acostumbrado a ese ejercicio. Ella perdió el control y el reloj, las llaves, la calle y el rugoso cemento se precipitaron por un vórtice que se hundía en la negrura para salir al instante despedido hacia lo alto en forma de espiral multicolor. Y su cerebro quedó hueco de ideas y fue invadido por una corriente vibrátil en la que las partículas giraban desordenadamente. Jamás el placer estuvo tan alejado de su sexo ni tan próximo a su ser. Era un éxtasis poderoso y absorbente, un goce que la abarcaba entera, no sólo en una parte de su cuerpo, y que amenazaba con hacerle reventar las sienes en cualquier momento. Justo cuando estaba a punto de llegar al límite, cuando pensaba que ya no podía aguantar más, él se detuvo en seco, dejando su sexo clavado al de ella, ella contrayendo los músculos en un abrazo constrictor que detuvo el tiempo y que casi la enloqueció. Apretó los dientes y él le mordió con fuerza la garganta mientras se ponía de nuevo en movimiento y ella lanzaba, esta vez sí, un potente alarido antes de dejarse caer sobre el pecho del desconocido, que jabeaba, desarmado y vacío, las palmas apoyadas sobre el muro.
Echó de nuevo la mano al bolso, rebuscando el manojo de llaves.
Tampoco se le había hecho tan tarde.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de Sara Saudkova
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