martes, 5 de mayo de 2015



QUE LA FUERZA TE ACOMPAÑE

Que digo yo que el día señalado era ayer cuatro, pero que como todos los santos tienen novena pues allá que nos vamos, que la cosa tiene su enjundia creo yo. Y es que cuando al George Lucas se le ocurrió filmar el invento este del “Star Wars” (cómo me gusta escribir en inglés aunque no sepa), seguro que no había pensado ni de lejos en la repercusión que iba a tener el tema. A lo mejor por eso hizo primero las buenas y dejó las otras (las menos buenas digo) para si la cosa funcionaba.
Y vaya si funcionó. Menudas cavilaciones para verlas. Porque entonces el cine no era como ahora, esto es varias salas, de lunes a domingo y con un montón de sesiones. No. Entonces el cine era el fin de semana, o sea viernes, sábado y domingo y dos `pases al día. Y según como fuera la cosa lo prolongaban hasta el lunes…. ¡o incluso hasta el martes! En fin, yo me acuerdo que la primera peli estuvo al menos una semana entera. A lo mejor incluso más. Y que había unas colas como las del pan de Rusia en tiempos de la Perestroika. Y que fui con mi hermana. Que supongo que me costeó la entrada porque a mí la paga no me alcanzaba para el cine de mayores.
Pero mereció la pena. Porque yo creo que la visión de esa cinta se nos quedó grabada a fuego en la mente a toda una generación: aún me veo las letras deslizándose por la pantalla: “Érase una vez, en una galaxia muy lejana…” y la música de John Williams que ya te ponía los pelos como escarpias. Y la cándida princesa con sus rodetes, y el guapísimo Luke Skywalker, y Han Solo, y Chewakka, y los dos androides, el simpático y el pedante. Y Obi Wan proyectado sobre la pared en ese primer holograma que nos dejó a todos con los ojos como platos. ¡Qué moderno era todo! Las naves, los sables láser, las armaduras de los soldados, esas estaciones espaciales redondas y letales, y los corredores por entre los cuales se deslizaba el Halcón Milenario sorteando ráfagas de color azul antes de saltar a la velocidad de la luz (si no se le había roto) y ¡flosh!, perderse hiperveloz entre las estrellas bailarinas. Y esos malos malísimos, como Lord Vader, que respiraba ronroneando como un gato enfadado, o ese militar flaco al que asfixiaba con sus estertores. Y los contrabandistas, y Yodah, y todos esos personajes que se entremezclaban en el potaje interplanetario en que se acabó convirtiendo la trilogía: Javah encadenando a la princesa Leia, Han Solo convertido en figura de plastilina con molde incluido… Y las tabernas donde fumaban grifa y se bebían hasta el mistol y luego acababan sacando el sable láser por un quítame ahí esos reversos tenebrosos. Y ese final inesperado, la batalla entre Vader Y Skywalker con esa confesión con la que Constantino Romero nos heló a todos la sangre: “Soy tu padre”, y luego zas, sablazo y adiós mano. Y la otra, la princesa de los rodetes, que era hermana gemela de Luke. Que menos mal que al final no se liaron, porque ya si se enredan y tienen descendencia se convierte aquello en Falcon Crest pero sin mayordomo chino. Y todo eso lo vimos con ocho años. O nueve. Y la vida ya no fue lo mismo. Yo, varias décadas después, confieso que sigo estirándole las orejas a mi gato hasta colocárselas en posición horizontal y le digo con voz quebrada mientras lo miro a los ojos fijamente:
“Utiliza la fuerza, Luke”

Os juro que lo hago.

#SafeCreative Mina Cb

No hay comentarios:

Publicar un comentario