EL
MANTRA
Contemplaba sus evoluciones, las piernas cruzadas, sentada sobre la cama, la cabeza gacha, los ojos hinchados por el llanto.
Y una
frase que no se le caía de la boca:
“Te quiero”
“Te quiero”
La repetía una y otra vez, con devoción y al tiempo con desgana, sin esperanzas ya; como un mantra que ha perdido su sentido a fuerza de entonarlo; como las palabras mágicas que ya no consiguen hacer salir objetos del sombrero. La fórmula infalible se había convertido en un puñado de letras agrupadas; en un placebo que el paciente descubre y que, de repente, deja de curar.
Sólo
cogió lo imprescindible. Y salió de la casa sin un gesto, sin un reproche.
Sin un mal portazo.
Vacía
el alma.
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