CUENTOS DE DESECHO
Tengo un par de amigos que sonríen maliciosamente cada vez que me refiero al valor que doy a ciertos objetos con los que mantengo una relación de amor-odio que motiva que el hecho de desprenderme de ellos se haya convertido en un ritual.
Rarita que es una.
Es por eso que me acongojan las escenas que a menudo se ven junto a los contenedores de basura y que evocan momentos entrañables, cotidianos e incluso divertidos.
Hasta hace unos días anduvo por ahí abandonada una cocinita Smooby con pegatinas de Dora la Exploradora a la que sus apañados dueños habían colocado un tirante de madera por detrás para alargar su vida. Imaginé el disgusto de la niña o el niño cuando el juguete se espatarró. Y sus llantos. Y a los padres o los abuelos cavilando acerca de cómo solucionar la papeleta para sofocar el berrinche de la criatura. Y es que no hay nada más descorazonador que un niño llorando ante un juguete roto. Así que me monté la película del abuelo con los clavos y el martillo, y los chiquillos mirando, ¿falta mucho, falta mucho?, y luego el fiestón cuando la estructura se mantuvo al fin de pie. Y total para qué… para acabar confinada en un rincón húmedo y terroso en el que ha agonizado varios días hasta que algún operario la ha cargadao en un furgón triturador…
Porca miseria…
Hoy ha sido este “Grease Lighting”, una réplica de lo más molona del buga de Travolta y sus macarras que una pandilla contruyó para los pasados carnavales, lo que me ha dado pie para inventar la historia de cómo maquinaron esa idea, las horas que pasaron discutiendo acerca de los materiales que iban a formar parte de las ruedas, el radiador o la carrocería y más tarde todo el laborioso e hilarante proceso de montaje, con las mil dificultades que van surgiendo y los correspondientes remedios que se les aplican. Y al fin el gran día, y las pelucas y disfraces, y las carcajadas ante el espejo, y ese pedazo de número que montaron por la calle, y las risas y las fotos que guardarán y enseñarán a sus hijos y a sus nietos, y luego ese yaverahoraquécojoneshacemo sconelcoche, y uno que se lo lleva a casa porque tiene sitio y no lo vamos a tirar después de lo bien que lo pasamos, y los días que pasan y el armatoste que parece abultar cada vez más, y al final un watsap al grupo en plan si no lo queréis nadie casi como que lo voy a tirar a la basura. Y la callada por respuesta.
(Que lo mismo no fue así)
#SafeCreative Mina Cb
Tengo un par de amigos que sonríen maliciosamente cada vez que me refiero al valor que doy a ciertos objetos con los que mantengo una relación de amor-odio que motiva que el hecho de desprenderme de ellos se haya convertido en un ritual.
Rarita que es una.
Es por eso que me acongojan las escenas que a menudo se ven junto a los contenedores de basura y que evocan momentos entrañables, cotidianos e incluso divertidos.
Hasta hace unos días anduvo por ahí abandonada una cocinita Smooby con pegatinas de Dora la Exploradora a la que sus apañados dueños habían colocado un tirante de madera por detrás para alargar su vida. Imaginé el disgusto de la niña o el niño cuando el juguete se espatarró. Y sus llantos. Y a los padres o los abuelos cavilando acerca de cómo solucionar la papeleta para sofocar el berrinche de la criatura. Y es que no hay nada más descorazonador que un niño llorando ante un juguete roto. Así que me monté la película del abuelo con los clavos y el martillo, y los chiquillos mirando, ¿falta mucho, falta mucho?, y luego el fiestón cuando la estructura se mantuvo al fin de pie. Y total para qué… para acabar confinada en un rincón húmedo y terroso en el que ha agonizado varios días hasta que algún operario la ha cargadao en un furgón triturador…
Porca miseria…
Hoy ha sido este “Grease Lighting”, una réplica de lo más molona del buga de Travolta y sus macarras que una pandilla contruyó para los pasados carnavales, lo que me ha dado pie para inventar la historia de cómo maquinaron esa idea, las horas que pasaron discutiendo acerca de los materiales que iban a formar parte de las ruedas, el radiador o la carrocería y más tarde todo el laborioso e hilarante proceso de montaje, con las mil dificultades que van surgiendo y los correspondientes remedios que se les aplican. Y al fin el gran día, y las pelucas y disfraces, y las carcajadas ante el espejo, y ese pedazo de número que montaron por la calle, y las risas y las fotos que guardarán y enseñarán a sus hijos y a sus nietos, y luego ese yaverahoraquécojoneshacemo
(Que lo mismo no fue así)
#SafeCreative Mina Cb
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