jueves, 26 de enero de 2017

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GILIPOLLAS SIN FRONTERAS
No sólo era gilipollas. Era, además, un perfecto gilipollas. Y cuando digo perfecto significa que no me refiero a un gilipollas standard, de los del montón, no. Hablo de un gilipollas con denominación de origen, de los de pata negra, de los incatalogables. Uno de esos gilipollas que encadenan las gilipolleces como los fumadores impenitentes encadenan los pitillos o como los psicópatas encadenan los delitos.
Un auténtico gilipollas en serie….de los que por mucho que asistan a colegios de pago, los metan en internados de lujo o les den medicación siguen atufando a gilipollas donde quiera que vayan… Y que además se atusan, se acicalan y se perfuman como gilipollas.
Para que no quepa la menor duda.
Era gilipollas desde niño; siempre se acababa llevando los tortazos de los otros. Pero aquello jamás pudo con su autoestima, tan exagerada como indestructible. Y ni sus aptitudes para el estudio ni la pasta de que disponían sus padres le sirvieron para hacer carrera o adquirir algún tipo de formación, con lo cual con el paso de los años se convirtió en la peor clase de gilipollas que existe, o sea el gilipollas que se jacta de su analfabetismo. Y hasta de su propia gilipollez.
Pero además de gilipollas era guapo, y tenía lo que llaman don de gentes, y esas circunstancias te abren muchas puertas en la vida. Y es que ser gilipollas no necesariamente significa ser tonto. Se colocó de vendedor en un concesionario de coches y se hizo con un capitalillo. Y hasta para echarse novia tuvo suerte. Conoció a una chica simpática y cariñosa que se enamoró locamente de él al primer vistazo y en cuestión de dos semanas le entregó su amor, su confianza y hasta las llaves de su piso. Y cuando quiso darse cuenta estaba tan embrujada que era incapaz de escuchar nada que no fuera la voz de él, susurrándole gilipolleces al oído. Hasta el momento en que en vez de susurrárselas se las empezó a gritar. Y a ver, que una cosa es la gilipollez y otra las tendencias suicidas, y un día que pasaron los dos por delante del escaparate de una corsetería sucedió el milagro. Y ocurrió que, mientras él contemplaba con embobada gilipollez los bustos de plástico embutidos en satén y chantilly y le hacía a ella comentarios acerca de lo monísima que estaría con unas prótesis de silicona, lo que la chica vio reflejado en la luna del escaparate no fueron los sostenes ni las bragas, sino el careto de gilipollas de su novio. Y en aquel mismo momento le dijo que hasta ahí habían llegado, que estaba hasta el moño chorongo de sus tonterías, de que no la dejase vivir, de que le pusiera los cuernos, de que no fuera capaz de acordarse ni de su segundo apellido, de que criticase a su familia, de que no aguantase a sus amigas… De que hubiera ido aislándola y apartándola de todo hasta hacerla asumir la gilipollez como su estado natural. Y sin ser consciente de ello. Y le planteó que, una de dos, o la dejaba ir sin oponer resistencia, o ella se encargaría de hablar con todas sus amiguitas y contarles la clase de sinvergüenza que era.
Le devolvió las llaves como única respuesta. Y se marchó, muy digno él, convencido de que ella le llamaría en unas horas, suplicándole que volviera. Pero no fue así.
Aquello era demasiado para su ego. No pudo soportarlo e intentó suicidarse. Pero era tan gilipollas que confundió el aguarrás con aguardiente y lo único que consiguió fue un coma etílico. Lo llevaron a un terapeuta que, después de sacarle unos 6000 euros lo diagnosticó como un caso perdido y le sugirió que, para mitigar su soledad, se apuntase a unas sesiones de terapia de grupo.
Allí conoció a cuatro o cinco tipos como él y una noche que estaban por ahí de copas decidieron fundar “Gilipollas sin fronteras”
De eso hace una semana y van por el millón de socios.
#SafeCreative Mina Cb

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