martes, 13 de diciembre de 2016

 



HILO Y AGUJA

Hubo un tiempo en que la igualdad no existía y las mujeres se sentaban a las puertas de las casas con sus cestas de costura. Un tiempo en que agujas y alfileres, madejas y bobinas, dedales y acericos, formaban parte del mobiliario urbano y del ajuar doméstico.

Recuerdo a mi madre remendando calcetines con aquel huevo de madera, tan brillante y ennegrecido por el uso, que nosotros hacíamos rodar por el suelo en cuanto ella se descuidaba un poco. Recuerdo las cajas llenas de carretes de colores cuyos cabos juguetones se enredaban entre sí formando trenzas irisadas que había que cortar de un tijeretazo cada vez que se necesitaba utilizar una bobina. Recuerdo esos zurcidos primorosos sobre las batas del colegio, esos sietes recosidos que yo escondía con vergüenza y que hoy, sin embargo, exhibo con orgullo en una de las camisas de mi uniforme (“Sí, qué pasa, sé zurcir, me enseñó mi madre… ¿algún problema?”- respondo a quien me hace cualquier comentario malicioso). Recuerdo las primeras puntadas que yo misma daba en casa, en trozos de tela inservibles que caían de los recortes de las labores de mi madre. Recuerdo la emocionante aventura de enhebrar una aguja por primera vez, humedecer con los labios la punta de la hebra y dejarla recta, bien recta, aproximándola cuidadosamente al ojo del acero sostenido con la mano izquierda hasta ver cómo pasaba al otro lado. Recuerdo las sartas de hilvanes desechables, los dobladillos de puntadas invisibles, los frunces y las lorzas, las jaretas… y ese maravilloso mundo que dormitaba dentro de las cajas de plástico de las mercerías: los galones y los flecos, los bieses y las tiras de zigzag, las cintas de raso y de estarfor… y las tiendas de telas con sus enormes piezas redondas y apiladas en grandes estanterías. Todavía puedo sentir el olor del fieltro y de la pana, del lino y del tergal… Aún veo las nubes de jóvenes modistillas, aprendizas de costurera que pasaban las tardes en los talleres de corte y confección tomando medidas, dibujando patrones, cortando piezas, hilvanando, marcando, embastando, embebiendo, probando y pasando a la máquina mientras hablaban de sus novios, de sus amigas y de sus proyectos. Y recuerdo también la sensación incomparable que una sentía al enfundarse por primera vez aquella prenda nacida de sus propias manos, y salir a la calle con ella, y decir con orgullo, cuando alguien te preguntaba por la tienda donde la habías comprado:
“Lo he hecho yo”.

Eran otros tiempos sin duda. Hoy ya casi nadie zurce calcetines con un huevo de madera. Pero a mí me gusta seguir recordando, cada trece de diciembre, aquellas alborotadas y lejanas tardes del taller de corte y confección adonde mi madre se empeñó en mandarme, muy a mi pesar, y donde yo acabé pasando tantos y tan buenos ratos.

#SafeCreative Mina Cb

No hay comentarios:

Publicar un comentario