miércoles, 29 de mayo de 2013




QUISIERA…
 
Quisiera a veces convertirme en agua,
saltarina canción del arroyuelo,
atronador torrente, catarata;
salvaje manantial, cauce sin dueño.
 
Quisiera a veces convertirme en fuego,
en tímida y discreta luminaria,
en llama azul, en lánguido destello
que apacigua temores hasta el alba.
 
………………………………
 
Quisiera a veces convertirme en tierra,
en granuloso manto polvoriento,
en fértil valle, en playa, en cordillera,
en volátil arena del desierto.
 
Quisiera a veces convertirme en viento,
juguetear en torno a las veletas…
cerrar los ojos y escapar al vuelo
del lugar donde habitan las ideas

miércoles, 22 de mayo de 2013



EL ENCANTO DE LA DISCRECIÓN
 
Se asoman a sus ramas espinosas cada primavera. Este año con algo de retraso debido al frío y a las incesantes lluvias. Son blancas y casi pasan desapercibidas entre todo el colorín que precede al estío. Y además no huelen, y ni siquiera son vistosas: crecen silvestres y azotadas por la lluvia, los pétalos a menudo sucios y marchitos. Y durante las horas umbrías más parecen flores de cuneta que otra cosa.
 
Nunca serán invitadas a una fiesta; sus tallos no serán cortados y engarzados en un ramo nupcial; seguramente ni siquiera acabarán sus días muriendo de tristeza, amarillentas y marchitas, asomando sus lastimeros pétalos por encima de la vítrea balconada de un jarrón. Nadie las arrancará. Nadie las separará jamás de las ramas verdes salpicadas de leves espinas, de las brillantes hojas lanceoladas. Seguirán abriéndose cada mañana al abrigo del sol y de la brisa, alimentándose del agua del río junto al que un día brotó el rosal que las alberga. Pasarán la jornada asoleándose y viendo reverdecer a los árboles vecinos, meciéndose dulcemente, alumbrando nuevos brotes que se abrirán con parsimonia, blanco y verde, tiernos capullos que nadie cortará.
Porque no son bonitas.
 
Afortunadas ellas.

martes, 21 de mayo de 2013




“EL CUENTO” DE LA BELLA DURMIENTE
 
Cabalgaba a pelo sobre un corcel oscuro y poderoso; sin riendas y sin arreos, un solo cuerpo, imponente centaura el libertad atravesando la espesura, salvaje e indómita, hermosa e independiente: los cabellos flotando tras de sí, negros y enmarañados, su cuerpo apenas cobijado bajo una leve piel de ciervo, el carcaj a la espalda y el arco en bandolera.
Avistó al fin al venado y lo abatió de un solo disparo. Entre los ojos. La hermosa bestia cayó al suelo y ella se acercó a pie, cautelosa, vigilante a las fieras que sin duda poblaban la espesura dispuestas a robarle la presa en el menor descuido.
Remató de un tajo en la garganta al animal y lo dispuso tras de ella, sobre la montura.
 
Amaba la caza casi tanto como la libertad. No era de nadie y nada le pertenecía. Vivía en una gruta desde la que veía pasar las estaciones y en la que albergaba, de vez en cuando, a los solitarios viajeros que se desorientaban en el bosque a la caída de la tarde. A través de ellos conocía el devenir de los reinos vecinos; sus guerras y miserias… su maldad y sus intrigas. Y la por todos relatada leyenda de una princesa encantada a la que una malvada bruja sumió en un hechizo por el cual llevaba dormida cerca de cien años. No pocos caballeros se había tropezado ella por el bosque que andaban buscando el rincón donde reposaba le hermosa doncella, la linda muchacha.
La bella durmiente.
 
Ella les ofrecía un lugar donde refugiarse hasta el amanecer y compartía con ellos su comida. Y sonreía enigmática, compadeciéndose profundamente de la pobre jovencita, que decían, dormía plácidamente en un rincón a la espera de un doncel que la sacase de su ensueño para conducirla a la aburrida pesadilla de tener que gobernar un reino, asistir a interminables y tediosas fiestas, presidir soporíferas reuniones y redactar leyes injustas y ridículas. Ella conocía bien esas tareas: había visto a su madre consumirse de hastío en el palacio, esperar durante semanas encaramada al torreón a que su esposo volviera de la guerra, tolerar con estoicismo las infidelidades de su dueño.
Lo único bueno del poder, ella lo sabía, era que te permitía comprar cosas que a los otros les estaban prohibidas. Es por eso que no le fue difícil, cuando supo del sortilegio que la malvada bruja había vertido sobre ella en el momento de su nacimiento, que se puso en contacto con la hechicera para que cambiase los términos del conjuro. Y por una nada desdeñable cantidad de monedas de oro, la maga le juró que, llegado el momento de pincharse con el huso, ella caería, al instante y tal cual estaba previsto,  profunda e incurablemente dormida. Pero que también, al cabo de unas semanas, cuando su cuerpo reposase plácidamente en un lugar secreto, ella, la hechicera, desharía el sortilegio y la conduciría al interior del bosque, donde podría vivir, como era su deseo, para siempre en libertad.
 
Y colorín, colorado…

viernes, 17 de mayo de 2013





 
SOMOS HOY
 
Quisiera ser capaz de leer
en el profundo y transparente espejo
de tu tibia mirada inabarcable
los capítulos de ese ayer inmenso,
de ese pasado enorme, prodigioso,
de esos días que nunca compartimos.
 
Quisiera que tus ojos traspasaran
la frágil, engañosa cobertura
que me oculta del mundo y sus falacias:
exhibirme descalza y desvestida
invisible al deseo, transparente…
ataviada de anhelos y pesares
 
Quisiera vislumbrar el infinito
de tu antaño irrumpiendo de puntillas
en mitad del silencio de mi vida…
Quisiera retratarte… retenerte,
quisiera compilarte, hacerte historia.
 
Pero nada es posible
porque el tiempo me huye,
y no me pertenece,
y por más que lo intento,
por más que me interrogas,
por más que te analizo
no alcanzo a rellenar el lienzo de tus días…
 
Y es que somos el hoy…
Somos el hoy mil veces,
tuyo y mío,
hoy intangible, indómito, remoto;
hoy traspasando el tiempo y el espacio,
hoy una vez, dos veces, dos doscientas,
mil veces mil, más de un millón de veces
por mil multiplicado…
 
Ni mañana ni ayer, somos instante:
somos horas plagadas de minutos,
somos simples segundos, somos soles
asomando y huyendo presurosos…
Somos el hoy pasado y el futuro,
somos luz atrapada en una tela,
somos un lienzo a medias, todo esbozo:
somos hoy… nunca ayer… jamás mañana:
 
Somos presente que al presente abraza…

miércoles, 15 de mayo de 2013




 
MIGAJAS
 
Me resigné a vivir de las migajas
que tu malsano corazón esparce
en torno a ti, creyendo, ¡pobre tonta!
que mi amor lograría al fin salvarte.
 
Rellené los vacíos de tu agenda
(huecos en blanco, mar de soledades)
cuando el negro infinito de tu alma
te llenaba de angustia al asomarte.
 
Me dejé encapsular por tus mentiras,
cerré la puerta y te entregué las llaves
y al final, ni siquiera los espejos
eran capaces de identificarme.
 
 
Me desperté un buen día de repente
ebria de realidad, harta de amarte…
 
Saliste tras de mí como un chiquillo,
como un perro llorón
 
….. Como un cobarde
 

martes, 14 de mayo de 2013






EL CÓCTEL O EL EXILIO
 
Cuando el propietario del bar le dijo que le contrataba estuvo a punto de saltar de alegría. Encontrar un curro, así por las buenas y tal y como estaba el patio. Claro que él había sabido venderse. De algo le tenían que servir sus estudios de empresariales y todos los años que llevaba trabajando en el departamento de ventas de una multinacional. Pero no le hacía ni puñetera gracia lo de trasladarse a Alemania, más que nada porque el país le parecía más bien frío y aburrido. Y el alemán nunca había sido su fuerte, se le daban mejor el francés y el inglés.
Y porque aquello estaba en el culo del mundo. Y además tenía cuarentaytantos años, dos hijos, una ex mujer y una novia.
 
A las cinco en punto estaba tras la barra, como un flan. Sus primeros clientes fueron una familia que acababa de salir de un banquete de boda: dos manzanillas, una de ellas con sacarina, un poleo menta, dos cañas solas, una con limón, otra sin alcohol y con gaseosa, una coca cola light, una pepsi, un cortado descafeinado de máquina con leche fría, un café con leche desnatada, una fanta limón zero, un kas manzana y dos botellines de agua, uno de ellos con gas y un zumo de naranja sin pulpa para el niño, que estaba algo descompuesto.
Se frotó los ojos tras escuchar el pedido y tuvieron que repetírselo seis veces, de resultas de lo cual acabó poniendo azúcar en las dos infusiones, confundió los refrescos de cola, sirvió tres cervezas negras y dos carajillos y en vez de un zumo al chaval le adjudicó una copa de soberano. Y aún se atrevió a ponerse gallito cuando los clientes se negaron a consumir las bebidas y, por supuesto, a pagar la cuenta.
 
Se disculpó como pudo con su jefe, argumentando que la hostelería había cambiado un poco desde que, de crío, echaba una mano en el bar de su padre al salir del colegio. Y que aquello era algo más complicado que servir botellines en la cantina del cuartel, tarea que desempeñó durante los doce meses que pasó en Melilla haciendo el servicio militar. Y que lo que había pasado con el grupo que acababa de marcharse es que salían de una fiesta e iban un poco tocados del ala. Y la habían tomado con él porque lo vieron un tanto perdido.
El dueño lo miró con cierto aire dubitativo y se dijo que bueno, vale, que al fin y al cabo todos los inicios son duros. Pero  le pidió por favor que no volviera a enfrentarse con nadie.
 
El siguiente conflicto lo tuvo diez minutos más tarde con una cuadrilla de chavales que entraron a tomarse unos chupitos. Se escandalizó al reconocer entre ellos a los hijos de alguno de sus amigos y se negó a servirles, arguyendo que, pese a tener dieciocho años, eran demasiado jóvenes para beber alcohol de tan alta graduación. Y que en sus tiempos lo único que tomaban los adolescentes era cerveza, porque incluso los cubatas estaban reservados para ocasiones especiales. Y que, además, las seis de la tarde era demasiado temprano como para empezar con vodkas negros y guarrerías de ese tipo. Fue nuevamente su patrón quien salvó los muebles, sirviendo a los chavales una ronda de chupitos a cuenta de la casa y llamando aparte a su nuevo camarero para recordarle quién mandaba ahí y ya de paso advertirle que una queja más y lo ponía de patitas en la calle. Aunque tuviera que reclutar para servir bebidas al primer andrajoso vagabundo que pasase por la puerta.
 
De modo que se mordió la lengua durante el resto de la noche, mascullando entre dientes mientras servía bebidas imposibles y diciéndose que mejor era eso que largarse a Alemania, por mucho que su empresa le pagase los gastos.
 
Al filo de las tres de la mañana entraron por la puerta su ex mujer y un tipo visiblemente más joven que ella. Aquello era demasiado, se dijo, de modo que salió de la barra y le dio al fulano un puñetazo de los de peli de Chuck Norris. El personal, que iba a esas horas bastante cocido, se animó a participar en la pelea y al poco el bar parecía el decorado de una peli de Tarantino.
 
La policía se personó en el local alertada por los vecinos y, una vez en el calabozo del cuartel, sacó el móvil y mandó un whatsapp al director de su empresa diciéndole que en cuanto resolviese un pequeño contratiempo que acababa de surgirle cogería el primer avión rumbo a Berlín.

domingo, 12 de mayo de 2013




LA GARGANTA DE LORD VADER

“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais..., atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiemp...o... como lágrimas en la lluvia...
Es hora de morir.”

La sala enmudece y los ojos se llenan de lágrimas ante el desesperado monólogo de Roy, el replicante rebelde, el androide con alma que se apiada en el último momento de la vida de su verdugo, el atónito Harrison Ford, que unos años antes ya había dialogado con aquella misma voz en el transcurso de la trilogía de la Guerra de las Galaxias, donde el mismo actor nos dejó clavados en el asiento, mudos de terror ante el escalofriante sonido de los estertores de Lord Vader, el primer malvado tridimensional del que yo tengo conciencia. La escena del villano cortando de un tajo la mano de su adversario para después confesarle su paternidad es una de las más recordadas del cine de ciencia ficción. Y es que Vader encarnaba la nueva concepción de la maldad en un mundo sin dioses y sin fronteras; en un hiperespacio por el que se desplazaba a bordo de la Estrella de la Muerte, haciéndonos estremecer de pavor con la sola visión de su silueta de espaldas, moviéndose por los corredores impolutos, negro sobre blanco, la armadura brillante y la estela de su capa siempre persiguiéndole, esparciendo a su paso un halo de terror.
Otra cosa ya fue el malcarado Harry Callahan, aquél policía flacucho y desgarbado que se despedía de sus víctimas con un irónico “Alégrame el día” o el otro justiciero, en este caso llegado desde el futuro, Arnold Terminator, que despachaba a los malos con el exótico “Sayonara, baby”

Nada que ver tenían estos malvados de leyenda con el hombretón regordete y campechano que cada Sábado freía a preguntas a tres pitagorines en “El tiempo es oro”, uno de los concursos más seguidos y añorados de la historia de la televisión. Fue en este espacio cultureta donde les pusimos rostro a los desalmados que habían perturbado nuestro sueño durante no pocas noches, humanizándolos y convirtiéndolos en malos de mentirijillas, en fantoches de feria. En personajes de ficción. Incluso el mismo Constantino quiso deshacerse de ese halo de intelectualoide de tres al cuarto que el concurso le estaba confiriendo y nos sorprendió una Nochebuena apareciendo en la pantalla, canotier y bastón incluidos, jugando al Maurice Chevalier con Matías Prats, el de "El precio justo”

A finales del año pasado se despidió de su audiencia desde Twiter, y hoy se nos ha ido. Lo va a tener chungo para entrar en el cielo con semejante historial de matones en su haber. Mucho me temo que se va a pegar meses intentando explicarle a San Pedro que todo eso lo hacía por pasar rato. Bueno, por eso y por ganarse el sustento, como él, San Pedro digo, lo de pescar antes de conocer a Jesucristo.

Entre tanto, yo seguiré llorando cada vez que su voz me recuerde, desde los labios de Roy, el replicante rebelde, que no somos otra cosa que presente.

Esta noche quizás se encontrarán los dos, él y su androide de ojos glaucos, en cualquiera de los corredores de las numerosas naves que recorren el espacio de aquella galaxia muy, muy lejana.

Que la Fuerza sea con ellos.

miércoles, 8 de mayo de 2013




FLORES URBANAS
 
(Nunca me han interesado el poder ni la fortuna:
lo que admiro son las flores que crecen en la basura
Fito Cabrales “Feo”)
 
 
Hubo un tiempo, cuando los reyes no disimulaban su delirio por el lujo y la ostentación, en que los palacios competían entre sí. Fue la era barroca; el período de los espejos, de las porcelanas, de los relojes…
De los jardines.
 
Hubo un tiempo en que ser jardinero real era un honor para el que sólo unos pocos estaban convocados. Hubo un tiempo en que las flores llegadas de todos los rincones de la tierra, los árboles procedentes de los confines del planeta, embellecieron el escenario en el que se desarrollaban las intrigas que dieron consistencia a la historia que nos precede, a la civilización en la que, para bien o para mal, hoy habitamos.
 
Las flores han sido siempre objeto de admiración por todas las culturas. Las flores son bellas y fragantes. Las flores nos reconcilian con nosotros mismos; son la cara más amable del medio en que vivimos. Son tolerantes con nuestros desmanes, adornan nuestra vida pese a que nosotros las mutilamos, las pisoteamos y las envenenamos, fumigándolas con toda clase de productos.
 
Pero ellas siguen ahí, hermosas y coloridas, abriéndose a los rayos del sol cada mañana, alegres y chillonas, omnipresentes y testarudas, llenando nuestra existencia de dulzura. Brotan en las cunetas, desafiando al incómodo monóxido y al nauseabundo hedor de los neumáticos calientes; sobreviven en solares polvorientos, asomando sus pétalos silvestres entre  herrajes y cascotes; aparecen a veces, como en esta ocasión, como mudo testimonio del ayer de los objetos, de la ingratitud de los hombres, del abandono en suma.
Flores sin pedigree, flores rebeldes. Flores inoportunas e inquietantes.
 
Bellas flores urbanas.

martes, 7 de mayo de 2013





LO QUE NO NOS CONTARON
 
No es cierto que el galán cayese al mar, agotadas las fuerzas, víctima del heroico gesto de salvar la vida de su amada. Y no es cierto que ella guardase desde entonces aquella joya de la que solo se deshizo en el momento en que viajó justo hasta el punto donde aquel hombre irrepetible había exhalado su último suspiro, y dejase caer la cadena para que reposase, ahora sí, plácidamente, hasta el momento en que sus almas se encontrasen y se fundieran de nuevo en una sola.
 
No. No fue ese el final.
Lo cierto es que el vagabundo y el prometido de la protagonista se enzarzaron en una violenta pelea y fue el villano millonario quien acabó cayendo al mar y ahogándose mientras que los amantes embarcaban en uno de los botes y salvaban su amor y su vida. Y que una vez en tierra, ella insistió en casarse con él, pese a las objeciones de toda la familia y amigos que vieron de lejos el percal. Y que al final su madre aceptó, pero a condición de que el chaval no viera una perra chica, y que si tan enamorado estaba de su hija se pusiera a currar en lo que le saliese porque de vivir a costa de la fortuna de la estirpe ni hablar de la peluca. Así que lo suyo fue realmente contigo pan y cebolla. Y eso los días que tenían suerte. Ya que, como por aquel entonces la cosa estaba más bien fastidiadilla y él no era sino un emigrante más bien vago y tarambana sin formación y sin influencias; un buen dibujante, sí, un artista… pero sin un mecenas que lo amparase; de modo que lo único que encontraba eran ocupaciones temporales. Y así llegó un día en que el pasado lo poseyó y empezó a jugar de nuevo. A veces ganaba llegaba a casa cargado de regalos para su mujer, que como no era tonta, se mosqueaba un tanto y le preguntaba que de dónde había sacado el parné. Para entonces las cosas entre ellos ya no eran ni muchísimo menos como al principio. Ella se ganaba la vida también como podía, vendiendo en el mercado. Y tomaba avergonzada el dinero que su madre le hacía llegar de vez en cuando, y que aunque al principio rechazó por orgullo, no tuvo otro remedio que aceptar en cuanto alumbró a la primera criatura.
Una mañana despertó y él no estaba. Descubrió abierto el pequeño secreter donde guardaba los billetes y sus pocos objetos de valor. El canalla había forzado la cerradura y había tomado no sólo el dinero sino también el collar del corazón que su prometido le había regalado hacía siglos, una vez que soñó que viajaba en un trasatlántico de lujo.
 
Aquél era el último resquicio que le quedaba del primitivo amor; una reliquia del pasado, del tiempo en que creyeron poder vencer todas las dificultades, de la época en que fantasearon con pasar juntos el resto de sus vidas.
Tomó un puñado de sus escasas pertenencias y a los dos chiquillos y abandonó ese sucio cuchitril con el firme propósito de no volver jamás. Su madre le decía con frecuencia que nunca le cerraría las puertas de su casa siempre que no se presentara con aquel patán al que, en aquel momento, lamentaba profundamente no haber soltado de la mano, dejándolo caer al helado océano en aquella turbulenta noche de Abril del año 1912.
 

domingo, 5 de mayo de 2013




LA NIÑA Y LA MUJER DEL MOÑO
(MAMÁ)
 
A mí aquel día me temblaba todo. Y es que, que te metieran en el despacho del director con nueve años y el caudillo aún con sus posaderas bien asentadas en el Pardo era para un niño un marrón de mil pares de narices.
 
La profesora era una mujer muy religiosa (como todas las de la época) y un tanto repipi que no me soportaba porque yo, por aquel entonces, me pasaba el día con el dedo en la nariz. Además, me había sorprendido escribiendo obras de teatro para las vecinitas en plena clase de mates (textos que, por cierto, me requisó y de los que nunca más se supo) y me había prohibido intervenir en la representación teatral navideña bajo la burda excusa de que “era muy bajita y no tenía voz”.
Vamos, que la Rotenmeier aquella me tenía ganas.
De modo que le faltó el tiempo para, en la primera ocasión que tuvo, montarme un consejo de guerra en el despacho del director, con el que por cierto estaba casada, para el que había requerido la presencia de mi madre, que era una señora con moño que nos lanzaba frecuentemente la zapatilla cuando hacíamos cualquier barrabasada.
 
Es fácil, pues, imaginar, que ante tan sombrío panorama yo me veía castigada sin paga, sin “Un, dos, tres” y sin “Estudio Uno” hasta el final de mis días. El delito de que se me acusaba era el de no haber escrito doscientas veces “No hablaré en clase”. Y además con el agravante de la reincidencia, puesto que el castigo inicial se había duplicado porque yo había perdido las primeras cien veces con que había sido penalizada y no las entregué a la señorita, que lejos de dar crédito a mis explicaciones, me castigó a repetirlo por duplicado. Y fue peor el remedio que la enfermedad, porque cuando llegó mi madre a casa y me pilló escribiendo de nuevo, me cayó una bronca del quince que aguanté estoicamente hasta que se le pasó el rebote y me dejó contar mi versión de los hechos, oída la cual me prohibió repetir el castigo. Yo lloré e imploré porque sabía que si no entregaba esas frases me iba a caer la gorda.
 
Pero mi madre es terca como una mula. Y gracias a su testarudez me encontraba yo en esa tesitura, metida en aquel cuartucho forrado de libros, con la mirada fija en mis rodillas que temblaban bajo la faldita escocesa, incapaz de levantar la vista, apabullada por la presencia de la máxima autoridad: el director.
La profesora me acusó de parlanchina por motivar el castigo, de desobediente por no cumplirlo y de embustera por atreverme a mentirle. Mi madre se acuclilló delante de mí y yo sentí cómo mis rodillas estaban a punto de dejar de sostenerme. Ella, lejos de su severidad habitual cuando me pillaba en alguna pifia, me preguntó serenamente, sin dejar de mirarme a los ojos:
“Hija, ¿es verdad que perdiste el castigo?”
Yo no soy capaz de recordar si aún lloraba. Pero me acuerdo perfectamente de que dije “Sí” al instante y sin la menor vacilación.
La mujer del moño y la zapatilla, sin estudios y sin más formación que la que aporta el abandono del hogar paterno con catorce años para ponerse a servir en una casa de ricos, miró de frente a la omnisciente profesora y le dijo: “Sepa usted que mi hija nunca miente. Lo ha aprendido de mí. Y no se moleste en volver a aplicarle el castigo. No lo va a cumplir”
 
A continuación me tomó de la mano y salimos las dos del despacho, con la cabeza bien alta, yo mirando hacia arriba, orgullosa y realmente consciente, por primera vez en mi vida, de la suerte de ser la hija de aquella señora tan especial y tan valiente.

sábado, 4 de mayo de 2013



HOY NO
 
Hoy no tengo ganas
de dale a la tecla:
puede ser efecto
de la primavera,
de la menopausia
que tal vez se acerca
o de este incipiente
dolor de cabeza…
 
Hoy no tengo ganas
de darle a la tecla:
limpio los armarios,
miro tus chaquetas,
pliego calcetines,
doblo camisetas,
sacudo almohadones…
Me nutro de ausencia.
 
Hoy no tengo ganas
de darle a la tecla:
hoy nada me inspira,
nada me despierta,
nada me emociona,
nada me cabrea,
nada me amohína,
nada me consuela…
 
Hoy no tengo ganas
de darle a la tecla.