lunes, 10 de junio de 2013




LA NIÑA PRODIGIO
 
Su vida había sido un casting desde incluso antes de salir de la barriga de su madre puesto que la buena señora prestó su hinchado vientre a una empresa de cosméticos para el comercial de una crema antiestrías, de modo que su book se remontaba casi a la noche de los tiempos.
Al menos de los suyos.
A lo largo de su infancia había anunciado potitos, pañales, cremas de chocolate, juguetes, videoconsolas y hasta seguros de vida. Y entre spot y spot la llevaron a todos los castings y rodajes cinematográficos habidos y por haber, de forma que para cuando hizo la primera comunión ya tenía un currículum vitae que ríete tú del de la Jodie Foster.
 
Su adolescencia pasó entre sets de rodaje y profesores particulares. Mamá insistió en que hiciera una carrera para cuando llegase el momento en que su estrella fuera eclipsada por otras más brillantes. Entretanto la obligó a someterse a un aumento de pecho, intervención que aprovecharon para extraerle una costilla, ya que mami siempre había pensado que la niña había heredado su cintura de abejorro zumbón.
Nunca supo cuál era el color original de sus cabellos, y en cuanto a su piel, jamás nadie la vio sin maquillaje. Y los tacones habían sido desde siempre un complemento imprescindible de su atuendo.
 
Pero todo esfuerzo tiene una recompensa y al fin, aquella noche, la alfombra roja se extendía ante sus pies. La niña estaba entre las candidatas para recibir un importantísimo premio cinematográfico que, de serle concedido, podría suponer su lanzamiento a nivel mundial. Ya se veía ella en los salones de Hollywood, codeándose con lo más granado de la élite del séptimo arte. Y a su nena rodando a las órdenes de Spike Lee, de Martin Scorsesse… y quién sabe si hasta del mismísimo Spielberg.
 
Salieron rumbo al teatro en sendas limusinas. Mamá iría delante para alimentar la expectación de la prensa y preparar la apoteósica entrada en escena de la niña. Siempre lo habían hecho así.
Pero una vez en el vestíbulo del auditorio los minutos pasaban y la estrella se hacía esperar. La llamó varias veces pero el teléfono estaba desconectado. Mandó al chófer a buscarla pero nadie contestó.
 
Permaneció inmóvil ante la puerta del teatro hasta que la fiesta terminó. Ni siquiera entonces pudo moverse. La sorprendió el amanecer, majestuosa y solitaria, altiva y elegante, el maquillaje impecable, el peinado perfecto, el perfume aún presente, envuelta en seda y tules…
Como una princesa.

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